IRENE HDEZ. VELASCO. Corresponsal
ROMA.-
«Santo subito», gritaban hace dos años las multitudes que se amontonaban en la Plaza de San Pedro, exigiendo el ascenso inmediato a los altares del recién fallecido Juan Pablo II. Y, al menos en parte, sus palabras han sido escuchadas. Ayer, en un tiempo absolutamente récord y justo cuando se cumplía el segundo aniversario del fallecimiento del Papa Wojtyla, se cerró la fase instructora de su proceso de beatificación.
En tres baúles de cuero negro debidamente lacrados, la diócesis de Roma entregó a la Congregación vaticana para las Causas de los Santos todas las pruebas que ha reunido sobre las posibles intercesiones realizadas por Juan Pablo II después de su muerte. Incluido el posible milagro con el que habría sido bendecida Marie Simon-Pierre, una monja francesa de 46 años a la que se le había diagnosticado mal de Parkinson (la misma enfermedad que sufrió el antecesor de Benedicto XVI) y que dos meses después de la muerte del Pontífice y tras encomendarse a él habría experimentado una curación no explicable en términos científicos.
Normalmente es necesario esperar a que pasen al menos cinco años desde el fallecimiento de una persona para iniciar un proceso de beatificación (Juana de Arco, por ejemplo, tuvo que aguardar 600). Una regla que ya el propio Juan Pablo II se saltó con la madre Teresa de Calcuta y que en su caso Benedicto XVI también ha dejado de lado. Pero lograr completar en un periodo de tan sólo dos años la fase instructora de un proceso de beatificación también se supone una proeza insólita: con frecuencia esa primera etapa se prolonga durante décadas, si no cientos de años.
Pero para muchos devotos de Karol Wojtyla esa abreviación de los tiempos no es suficiente: aspiran a que el Pontífice sea elevado a los altares a toda velocidad. Ahí está por ejemplo el vicario de Roma y hasta hace poco presidente de la Conferencia Episcopal italiana, el cardenal Ruini, quien el domingo aseguraba que debería acelerarse el proceso de canonización de Juan Pablo II, dado que «su santidad está fuera de toda duda». O monseñor Pawel Ptasznik, jefe de la sección polaca de la Secretaría de Estado vaticana, quien se hacía eco de las esperanzas colectivas de quienes ansían que, tras el proceso de beatificación, Juan Pablo II sea declarado directamente santo, sin necesidad de que para ello tenga que completarse también el pertinente proceso de canonización (para el que sería necesario documentar un segundo milagro). Una decisión que tan sólo el papa Benedicto XVI podría dictaminar.
Sin embargo, y a pesar de las fuertes presiones que está sufriendo en ese sentido, el papa Ratzinger no hizo ayer ninguna alusión al respecto durante la multitudinaria misa que por la tarde ofició en la Plaza de San Pedro en memoria de su antecesor y a la que también asistió Marie Simon-Pierre, la monja que podría llevar a Juan Pablo II a los altares. Benedicto XVI aseguró durante su homilía que el proceso de beatificación de Juan Pablo II «se está llevando a cabo rápidamente», pero no hizo ninguna mención a la posibilidad de fundir esa causa con la canonización. Un silencio que parece indicar que a partir de ahora se propone respetar los tiempos estipulados.
«Para nosotros ya es santo», subrayaba por su parte el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia y el hombre que durante 40 años fue el secretario personal de Juan Pablo II.
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