Martes, 3 de abril de 2007. Año XIX. Número: 6.316.
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La razón se compone de verdades que hay que decir y verdades que hay que callar (Rivarol)
 OPINION
A CONTRAPELO
El canon solidario
MANUEL HIDALGO

Compré el sábado en el súper tres kilos de patatas naturales, francesas, de la variedad Agata -según el etiquetado-, y, una vez en casa, pude percatarme de que con tal gesto acababa de prestar mi ayuda a las mujeres maltratadas. En efecto, un papel plastificado y adherido a la redecilla explicaba que miles de euros, procedentes de la venta de estas patatas, han ido a parar a la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas para su ulterior destino a las mujeres que sufren malos tratos.

Estuve unos días la semana pasada en un hotel de bastantes estrellas, y resulta que, al formalizar mi registro, el recepcionista me invitó a participar voluntariamente en una campaña de UNICEF encaminada a proporcionar vacunas contra las enfermedades infecciosas a los niños del Tercer Mundo. Bastaba con que yo diera mi acuerdo para que el hotel sumara un euro a mi cuenta final, un euro que engrosaría -según una hojita- los 15 millones de dólares que la cadena hotelera ya ha transferido a UNICEF, «gracias a la generosidad de clientes como usted» -o sea, como yo-, para comprar vacunas.

Si uno compra, como yo compré, OKS, la estupenda revista de salud que edita el grupo editorial al que pertenece este periódico, resulta que está contribuyendo con 10 céntimos de euro a financiar las actividades del CIC o, lo que es lo mismo, a la lucha contra el cáncer. Ha de haber ya muchísimos más ejemplos del establecimiento de esta especie de canon solidario, nueva estrategia del marketing del compromiso, adaptada como un guante a la mentalidad y a la sociedad del consumo.

Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña, dicho sea sin ánimo de ofender. Las clásicas formas de la caridad y de la solidaridad alcanzan nuevas fronteras. Con el procedimiento del canon solidario no se requiere, prácticamente, ni el más mínimo esfuerzo para cooperar en una causa justa. Esto también es muy de nuestro tiempo. No hay que apuntarse a nada, ni acudir a ningún sitio, ni perder un minuto, ni pertenecer a ninguna organización, ni adquirir una entrada de fila cero. Basta con decir que sí, en el caso del hotel. Basta con comprar, en los otros casos. ¿Y quién no compra? ¿O quién no compra por una buena causa lo que ya pensaba comprar? ¿Quién no compra, casi sin pagar, una buena causa?

Este fenómeno tiene pinta de ir a más. Serán dignas de verse las sutilezas de las asociaciones psicológicas, reblandecedoras de la conciencia predispuesta, entre compra y causa. Te piden un euro por los niños sin vacunas, casi sin enterarte -menos dinero que el siguiente café-, al ir a instalarte en un hotel donde vas a estar a papo de rey. ¿Cómo negarte? Y las patatas que freirás o cocerás no son una mala asociación de ideas con las mujeres golpeadas en sus cocinas. Y así, sucesivamente. Día llegará en que la adquisición y el disfrute de un producto que no lleve un canon de solidaridad nos parecerá de mal gusto, incluso inmoral. Entonces, todos lo llevarán. Y habrá que inventar otra cosa.

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