Martes, 3 de abril de 2007. Año XIX. Número: 6.316.
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EL ZOO DEL SIGLO XXI / NINO MICELI
El regreso del hombre sin rostro
El ex empresario siciliano, al que hace 10 años se le concedió una nueva identidad tras testificar contra la mafia, 'resucita' para presentar un libro
IRENE HDEZ. VELASCO. Corresponsal

ROMA.- El hombre invisible existe. Tiene nombre, Nino Miceli, pero no corresponde al de su actual identidad. A pesar de que goza de buena salud, oficialmente está muerto. A todos los efectos falleció en 1996, cuando su testimonio resultó fundamental para meter entre rejas a casi medio centenar de mafiosos condenados en Sicilia a varios cientos de años de cárcel.

Una sentencia que para él significó la muerte en vida: ante el temor fundado de que Cosa Nostra quisiera cobrarse venganza, las autoridades italianas se vieron obligadas a certificar su muerte y darle una identidad secreta, así como una nueva fecha y lugar de nacimiento. A él, a su mujer y a sus dos hijos.

Pero ahora, 11 años después de su fingido fallecimiento administrativo, Nino Miceli ha resucitado. Y lo ha hecho gracias a un libro que acaba de ver la luz en Italia, Yo, aquel que fue Nino Miceli, en el que da cuenta del alto precio que ha tenido que pagar por plantar cara a la mafia.

Aunque su reaparición no sólo ha sido literaria, sino también carnal. Con un gorro calado hasta las orejas y el rostro cubierto con una bufanda para evitar ser reconocido, Miceli ha protagonizado el milagro de renacer fugazmente para, una vez más, elevar su voz contra el crimen organizado. «Un mal que afecta a la tercera parte de Italia y contra el que se puede luchar, como demuestra mi caso», asegura en declaraciones a EL MUNDO.

Todo comenzó allá por 1990, cuando Miceli era un próspero empresario al frente de un concesionario de automóviles Lancia en la localidad siciliana de Gela. Un día recibió la visita de un tipo que, en el típico lenguaje mafioso de insinuaciones, le dejo caer que le gustaría llevarse sin pagar uno de los coches.

Miceli ni se percató de que el sujeto era un mafioso, así que le despachó sin excesivos miramientos. «Tú no sabes quién soy yo», le soltó el otro. Dos semanas después, la noche del 1 de mayo, un incendio provocado dejó su negocio reducido a cenizas.

Pero Miceli no se dio por aludido. «A mí ni se me pasó por la cabeza que el incendio guardara la más mínima relación con aquel tipo», recuerda mientras (deformación profesional) mira nervioso por encima del hombro por si alguien le siguiera. «Para mí lo ocurrido no había sido más que una discusión con un maleducado».

Sin embargo, meses después un sujeto se ocupó de explicarle con pelos y señales por qué había ardido su negocio y qué podía hacer para evitar futuros incidentes. «Me comentó que se había enterado de mis dificultades y que él y los suyos estaban en condiciones de ayudarme. Que lo único que tenía que hacer para no tener problemas era pagarles un millón de liras al mes [500 euros]. Yo acepté pagarles la mitad: unos 250 euros mensuales», recuerda. Pero tomó una precaución: cada vez que se veía con un mafioso, se metía en el bolsillo una pequeña grabadora para registrar sus palabras.

Con esas grabaciones, acudió un día al cuartel de los carabinieri. Su denuncia coincidió con el descubrimiento, por parte de la policía, de un cuaderno en el que la mafia anotaba las cuentas del dinero que recibía todos los meses de varios empresarios de Gela en concepto de extorsión. Allí aparecía el nombre de Miceli junto al de otros propietarios de negocios. Pero ninguno quiso denunciar, sólo él. Fue su único testimonio el que permitió detener en octubre de 1992 a 49 mafiosos.

Ese día cambió la vida de Miceli. Ya antes de que se produjera la detención de los mafiosos fue alertado por las fuerzas de seguridad de que, ante el temor fundado de que Cosa Nostra clamara vendetta, debía abandonar Gela llevándose a su familia. «Huimos a una localidad secreta. Y, dado que nuestra situación era extremadamente peligrosa, me compré un coche blindado». Sus precauciones no eran vanas: sólo en Gela (población siciliana de 77.000 habitantes) fueron asesinadas entre 1990 y 1992 cerca de 120 personas, y los intentos de homicidio ascendieron a 240. «No me arrepiento de haber denunciado a la mafia. Aunque desde que lo hice, mi vida y la de mi familia han discurrido por una penosa senda de soledad y dificultades», asegura.

Durante los dos años que duró el proceso, Miceli y su familia estuvieron bajo protección policial. Al fin y al cabo su testimonio había permitido la condena a varios cientos de años de cárcel a 45 de los acusados. Pero fue en 1996 cuando las autoridades decretaron su muerte oficial. «¿Que por qué he querido volver a ser por unas horas Nino Miceli? Nadie ha escrito sobre la vida de los que denunciamos a la mafia, y me parecía oportuno hacerlo. Sobre todo para animar a los empresarios a que denuncien. Sé que no es fácil, pero se puede lograr», señala.


LO DICHO Y HECHO

«Desde que denuncié a la mafia mi familia ha recorrido una senda de soledad y dificultades»

1947: Nace en Sicilia. 1990: La mafia prende fuego a su concesionario de coches. 1991: Comienza a pagar una extorsión mensual de 250 euros. 1992: Su testimonio permite detener a 49 personas por asociación mafiosa. 1996: 45 de los acusados son condenados a cientos de años de cárcel. Por motivos de seguridad se le declara oficialmente muerto y se le otorga una nueva identidad secreta. 2007: Escribe el libro Yo, ese que fue Nino Miceli.

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