PILAR ORTEGA BARGUEÑO
MADRID.-
Diciembre de 1938. El poeta ruso Ossip Mandelstam muere en un campo de prisioneros de la Siberia soviética un día, como tantos, en que la temperatura de aquel desierto blanco no subía de los 25 grados bajo cero. Había permanecido varios años en aquel gulag siniestro de Vladivostok, durmiendo en una barraca de madera a través de cuyas rendijas heladas entraba la helada y permitía que se congelaran hasta las lágrimas.
El escritor perdía la vida 20 años después de que conociera a Nadiezhda, una joven judía que estudiaba pintura y escribía versos de gran sensibilidad, en un encuentro de artistas y literatos celebrado en Kiev. Aquella mujer iba a convertirse, definitivamente, en el gran amor de su vida y también en la salvadora de su legado literario.
La intensa y turbulenta historia de amor vivida entre ambos ha sido recreada ahora por la escritora italiana Elisabetta Rasy en la novela La ciencia del adiós (Alianza). Una historia pasional la de estos autores sacudida también por los avatares de la Revolución rusa y el horror del régimen de Stalin, que fue podando el ímpetu de casi todos los intelectuales.
«Descubrí las memorias de Nadiezhda en los años 90, y con ellas a los intelectuales rusos de una generación llena de talento, una riqueza disuelta por la tormenta histórica», confesó Elisabetta Rasy durante la presentación de La ciencia del adiós. «La voz de Mandelstam se estrelló, como la de otros poetas, contra el muro de la dictadura y su pareja se convirtió en una heroína de la resistencia vital. Nadiezhda se aprendió de memoria todos sus libros y recogió en su cabeza el testimonio literario de Mandelstam. Ella se convirtió en una mujer libro, algo que hace recordar a Fahrenheit 451. Ella salvó la poesía de Ossip Mandelstam».
En La ciencia del adiós, Elisabetta Rasy plantea también, de manera sutil pero evidente, la traición que determinados escritores e intelectuales hacen a la causa de la libertad: «Es un tema muy doloroso. Nadiezhda y Ossip Mandelstam comprobaban que la libertad se recortaba en la cotidianeidad. Vivían una pérdida de autonomía, a veces por la traición de intelectuales que se aliaban con el poder, como Bujarin por ejemplo. En este sentido, cuando Maikovski se dio cuenta de que no había marcha atrás, decidió suicidarse. La reconstrucción histórica de la época no puede mostrar la dolorosa evolución de la pérdida de la libertad, pero una narración literaria sí puede hacerlo. En la Historia, todo es blanco o negro y en la novela, puedes incorporar el color».
¿Cómo era la relación de Nadiezhda con Ossip Mandelstam? «No tenía ninguna relación de dependencia. De hecho, ella se peleaba por hacer valer sus opiniones. No era una devota esposa, sino una devota del amor. Amaba también la poesía, porque en ella veía la palabra verdadera, la palabra que iba a salvar la humanidad. Cuando murió Ossip Mandelstam, ella no se convirtió en una viuda sin más, sino que fue la portadora de su poesía y una meta de peregrinación para muchos intelectuales, como es el caso de Bruce Chatwin».
Después de escribir La ciencia del adiós -«seguí la huella de los amantes como si fueran antepasados de mi familia», dice la autora-, Elisabetta Rasy se siente en condiciones de afirmar que «Rusia es el único país del mundo donde se moría por un poema, por un puñado de versos. La poesía era muy valorada y Stalin perseguía a tantos poetas porque los consideraba, no sólo importantes, sino muy influyentes. Stalin sentía verdadero temor a la poesía».
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