'Fragmento de Cuaderno de Nueva York'
Autor: José Hierro./ Dirección: Pepe Ortega./ Interpretación: Giovanny Holguin, María José Serrate, Javier Muñoz, Felipe Vélez y Asunción Díaz.
Calificación: ***
MADRID.- Una leve dramaturgia, una escenografía simple, la espléndida banda sonora, en directo, de un violonchello; y una convicción actoral verdaderamente notable. Y la palabra, claro: la palabra de José Hierro. Con estos elementos la poética del escritor santanderino adquiere, de la mano de Pepe Ortega, insospechadas intensidades y registros.
Quizá Cuaderno de Nueva York no sea su mejor poemario; yo sigo prefiriendo El libro de las alucinaciones. Pero aquí no se trata de una crítica literaria, sino de una reflexión poético-dramática. En este sentido, las posibilidades escénicas de Cuaderno de Nueva York han resultado sorprendentes y fidedignas. Pepe Ortega ha ido a la raíz del verbo y ha hallado una intensa transcripción escénica sin desvirtuar la pureza de la voz del poeta.
José Hierro, poeta social, crítico de arte, hombre de compromiso irrenunciable, tiene en apariencia pocas posibilidades plásticas. Nada menos visual que la narratividad autobiográfica de este poeta, que prefería llamarse testimonial antes que social. Es la vena íntima y la interiorización del grito colectivo, la música inaudible del poema, lo que le emparenta con Rubén, Juan Ramón y ciertos aspectos del 27. Y es esa música interna la que Pepe Ortega ha pulsado en este montaje que sería inadecuado llamar espectáculo y que responde mejor a algunas sutiles formas de oratorio sagrado.
Los poemas son dichos, cantados o salmodiados, a lo largo de casi dos horas, más de lo que dura la lectura de Cuaderno de Nueva York. Eso es buen síntoma, pues indica que el tiempo del verso es distinto del tiempo del drama; y que el lenguaje escénico ha logrado, desde su especificidad, encarnarse en el lenguaje de la poesía. Y así surgen, con una rara y fascinante identidad, por las calles de Nueva York, el rey Lear muriendo más de amor que de traiciones; Beethoven sordo oyendo su música en la soledad airada y muda de un hotel, y Mahalia Jackson...
Surge un José Hierro derramado hacia lo colectivo, aunque subjetivo y, en cierta medida, serenamente alucinado; un Hierro que dialoga y pasea con Gloria Fuertes y con sus recuerdos de la Guerra Civil. Este montaje descubre y revela a un Hierro intenso y lúcido. Y ése es el gran mérito de Pepe Ortega: iluminar a un poeta en vez de ilustrarlo. Cierra la función el magnífico y perfecto soneto Vida cuyos cuartetos no me resisto a transcribir: «Después de todo, todo ha sido nada/ a pesar de que un día lo fue todo./ Después de nada o después de todo/ supe que todo no era más que nada./ Grito ítodo! y el eco dice ínada!./ Grito ínada! y el eco dice ítodo!./ Ahora sé que la nada lo era todo/ y todo era ceniza de la nada».