RUBÉN AMON. Corresponsal.
PARIS.-
El sentido de la improvisación, los reflejos o la ausencia de un programa claro parecen orientar y desorientar el modelo económico de Ségolène Royal. La candidata socialista se ha propuesto acentuar el enfoque social en la recta final de los comicios presidenciales, aunque para ello tenga que recurrir a las sugerencias textuales de la prensa.
La cuestión viene a cuento del ataque que madame Royal ha promovido contra la banca francesa. No tanto por su dimensión financiera y estructural -faltaría más- como por los abusos que el sistema procura a los clientes en materia de comisiones, hermetismo y usurpaciones legalizadas.
Curiosamente, estas cosas las dijo Royal después de haberse publicado un reportaje exhaustivo en las páginas de Le Parisien. El diario capitalino, en efecto, se hacía eco de una encuesta que indicaba la indignación de la ciudadanía respecto a la morada de sus dineros y sus ahorros: el 86% cree que los bancos anteponen el interés propio al colectivo; el 73% ha tenido o tiene un litigio con su propia entidad bancaria; el 89,9% clama por la organización de una superestructura de consumidores capaz de plantar cara al poder omnímodo del sistema bancario francés.
El olfato electoral y electoralista explica que Ségolène se haya erigido en valedora de las inquietudes ciudadanas. Empezando por arrebatarle a la banca ciertos privilegios feudales, entre los que destacan las multas que los clientes pagan por el cierre de una cuenta, las penalizaciones desmesuradas en caso de números rojos y las comisiones de gestión desorbitantes.
Son cuestiones que afectan al interés general. De hecho, los bancos franceses tienen una escala de tarifas que abarca 180 conceptos distintos y cobran a sus clientes un promedio de 130 euros al año por libreta.
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