MARTIN PRIETO
Angel María de Lera fue comisario político socialista en el Ejército republicano. Todavía empalidecía cuando me contaba su ingreso en la madrileña checa falangista de Antón Martín. Le dieron con todo y le dejaron sin dientes. Entonces la vida de los vencidos era una lotería y el azar dispuso que fuera condenado a muerte, pena luego conmutada por 30 años, y que saliera a la calle pocos días después en uno de los indultos generales con que Franco aliviaba sus cárceles. Sin otro oficio se puso a escribir y tuvo sus momentos de éxito, como con Los clarines del miedo, que creo fue llevada al cine. Gran luchador lo fue también contra la censura franquista hasta que dio con el surrealismo de ésta.
Tenía atascada una novela en el Ministerio de Información y Turismo e indagó hasta dar con su censor que era un fraile. Fue a verle a su convento y se ofreció a quitar lo que fuese necesario.
- Es que usted escribe de una mujer que se desnuda y se mete en la cama.
- Pues no hay problema; suprimo lo de «... se desnuda».
- No me ha entendido; ninguna mujer española se mete en la cama sin decir antes sus oraciones.
Era la censura subnormal. A Mario Vargas Llosa no le dejaron en La ciudad y los perros llamar huevón a un general peruano, en el supuesto de que, fuera de donde fuese, a un general no se le podía dar por pelotudo.
En cualquier ciudad española debió existir una Fuentetaja como oxígeno contra la grisalla de la posguerra, pero hoy me duelo por la librería de Madrid, la de la calle ancha de San Bernardo, cerca de Gran Vía, donde imperaba atento y socarrón Jesús Ayuso, ora ofreciéndote café o metiéndote una pastita en la boca para que esperaras rumiando. Al rato pasaba un ángel de silencio porque no llegaban clientes o los pocos que quedaban eran de fiar, se corría una pequeña y discreta alfombra y se abría una trampa al sótano donde brillaban las maravillosas obras encuadernadas: la parisina Ruedo Ibérico o las obras completas de Sigmund Freud editadas en la Argentina; El Capital, que luego sólo leía completo el rasputín de Ludolfo Paramio; o Jean Paul Sartre y quizás hasta La Guerra Civil Española de Hugh Thomas que no sé por qué diablos les dio por censurar.
Jesús Ayuso era mucho más que un amigo, era y es un cómplice. Salvar Fuentetaja del derribo es una obligación moral a la que no se puede resistir. Es el templo de la contracensura. La antítesis de Farenheit 451. Y a Ayuso, bastante más rojo que ZP, que le otorguen el Mérito Civil o la Medalla de Oro del Trabajo. Amén.
|