Jueves, 5 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6318.
OPINION
 
Editorial
ESPAÑA DEBE ESTAR EN CUBA, PERO NO PARA SERVIR LOS INTERESES DE CASTRO

Pocos plantones podrían ser tan previsibles como el que ayer dieron al director general para Iberoamérica de nuestro país los principales grupos de disidentes cubanos. No se trata sólo de que el ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, rechazase su solicitud para reunirse con ellos o de que nunca los mencionase en sus discursos. El agravio es aún mayor teniendo en cuenta que un día antes la delegación española al completo aceptaba con cara de circunstancias la tajante negativa del ministro cubano Pérez Roque a incluir en su «diálogo sobre Derechos Humanos» con España a los presos políticos, tachándoles de «mercenarios» y «terroristas». Si el régimen cubano, después de lograr todo tipo de acuerdos económicos y de ayuda favorables a la isla, cercenaba así cualquier posibilidad de que el Gobierno español salvase la cara, ¿por qué iba a hacerle ese favor una disidencia que se siente con razón despreciada?

Moratinos había querido dar especial trascendencia a este viaje, el primero de un titular de Exteriores español en nueve años. No dudamos de que su intención era buena. A España le conviene mantener una relación directa con Cuba y establecer sus propias posiciones en la isla. Sin embargo, eso no puede hacerse a costa de ignorar las circunstancias del régimen y de servir a sus intereses propagandísticos sin obtener ningún gesto a cambio. La diplomacia exige que ese «tender puentes» que pretendía el ministro conlleve que ambas partes los crucen en parte. Pero en esta ocasión es el Gobierno español el que, literalmente, ha hecho todo el viaje.

El resultado es especialmente negativo si lo que España pretendía es erigirse en interlocutor privilegiado de las relaciones entre Cuba y la UE. En el seno de la Unión no hay ningún país que sea tan condescenciente con el régimen castrista como lo es el español, y algunos -especialmente los que fueron víctimas del comunismo- abogan por que se establezcan sanciones que vayan más allá de la diplomacia. De hecho, este mismo lunes, mientras Moratinos agradecía emocionado a «las autoridades cubanas» la «oportunidad» de visitar la isla, los grupos de la disidencia que ayer rechazaron encontrarse con su delegado eran recibidos en la embajada de Alemania en La Habana, donde se les expresó el «pleno respaldo y apoyo» del Gobierno germano, el mismo que hasta junio presidirá la UE.

Por otra parte, si lo que España pretendía es tener un papel relevante de cara a una transición tras la muerte del dictador, tendría que ser capaz de cultivar los contactos con el régimen sin generar la desconfianza de la disidencia.

Lo único que podría salvar este viaje sería que en los próximos días el régimen cubano tuviese un gesto que fuera más allá de las palabras, como el que supuso en noviembre de 2004 la liberación del poeta Raúl Rivero. Sin embargo, el hecho de que ni siquiera se haya accedido a reabrir el Centro Cultural de España no permite ser muy optimista. De momento lo que queda es una sensación a mitad de camino entre lo bochornoso y lo ridículo.

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