Jueves, 5 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6318.
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Secretos
PEDRO G. CUARTANGO

Conocer los secretos más íntimos del ser humano puede ser destructivo. Lo es al menos para el capitán Gerd Wiesler, al que ha encomendado la Stasi -la Policía secreta de la Alemania comunista- que investigue la vida privada de un dramaturgo de éxito. Wiesler escucha a través de sus micrófonos cómo su víctima discute con sus amigos, hace el amor y lee en voz alta los poemas de Brecht. Donde creía ver un peligroso disidente, Wiesler descubre un hombre honesto y sus convicciones se derrumban. Hasta el punto de que empieza a proteger a ese dramaturgo al que odiaba antes de penetrar en su intimidad.

Ésta es la historia que nos cuenta La vida de los otros, una película dirigida por Henckel von Donnersmarck y ambientada en el Berlín este de los comienzos de los años 80, cuando la Stasi había reclutado a 200.000 confidentes para espiar a sus vecinos, a sus compañeros o a sus familiares. El periodista británico Timothy Garton Ash, que vivió en Berlín en los años 70, pasó por esta experiencia que relata en El expediente, donde recuerda con amargura cómo se enteró tras abrirse los archivos de la Stasi al caer el Muro que fue espiado por su propia amante y sus amigos.

Todo cuanto había dicho, sus diarios personales, los invitados a sus fiestas y su lista de contactos telefónicos figuraban en los archivos de la policía secreta. Garton Ash viajó por Alemania para localizar a su controlador, un oficial que se justificó con el argumento de que tenía que sobrevivir.

La antigua Alemania del Este era una dictadura totalitaria en la que era muy difícil tener secretos. Por el contrario, las democracias parlamentarias europeas protegen la vida privada de los ciudadanos, no importa cuáles sean sus ideas políticas, sus inclinaciones sexuales o sus prácticas religiosas.

Las democracias como la nuestra son aparentemente transparentes porque existe libertad de expresión y de prensa. Y, sobre todo, porque hay una división de poderes que impide a los gobiernos abusar de los ciudadanos. Esto es cierto pero también lo es que existen -o podrían existir- realidades ocultas que escapan a nuestro conocimiento.

¿Controlamos los servicios secretos? ¿Sabemos hasta qué punto estamos condicionados por los intereses económicos? ¿Tenemos información de quiénes son los propietarios de los grupos de comunicación? ¿Nos dicen la verdad nuestros dirigentes? ¿Tiene autonomía el poder político?

No creo en las conspiraciones, pero sí en que hay muchas cosas que no sabemos. Todos tenemos nuestros secretos y el sistema, también. Si pudiéramos acceder de pronto a esa realidad oculta, como le sucede al capitán de la Stasi, tal vez nuestras vidas ya no serían lo mismo. Pero sólo es una especulación. Mejor creer en esa tranquilizadora evidencia de que el mundo es como parece.

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