RAUL DEL POZO
Azaña prohibió las procesiones durante la Segunda República. Algunas cofradías desafiaron a la autoridad y otras depositaron las alhajas de las dolorosas en las sucursales del Banco de España. Este país no ha dejado nunca de ser católico y cada año vuelven los cristos ensangrentados, con enaguas, al amanecer, entre las hogueras de lirio de las colinas. Se mueven las olivas en los pasos, y los centuriones o los legionarios de Afganistán escoltan a los obispos. Es el solemne y temeroso estrépito, las cornetas, las saetas, mientras Jesús avanza atado a un leño seguido por su madre, vestida de alta costura. Recuerdo las procesiones que desfilaban por la ciudad levítica y te dejaban alucinado, englobado. Del ascetismo de Cuenca al tumulto barroco de Sevilla, de la fe de Valladolid a la primavera de Granada, donde su poeta reseñó el aire de albahaca y los canarios volando entre los cirios.
Yo siempre me he preguntado cómo sería aquel predicador y exorcista, el rabí revolucionario al que mataron en coalición Roma y Jerusalén. Los fieles prefieren al Cristo del madero, que Quevedo anuncia antes que Machado: «Si te alegras, Señor, el ruido ronco / de este recibimiento que miramos / advierte que te dan todos los ramos / para darte el viernes desnudo el tronco».
¿Cómo sería? ¿Patético y tenebroso como lo esculpe Juan de Juni; poderoso y arrogante como lo retrata la gubia de Berruguete, de Gregorio Fernández o de Salzillo?
No sabemos cómo era a pesar de haber sido retratado y esculpido por los grandes artistas. Entonces no había móviles; no hay fotos de él. Todo indica que iba con una túnica sin costuras. Era un hombre vigoroso que aguantó la inclemencia del desierto. Soltero, barbado, curador y exorcista, amaba a los niños y a las putas, tenía aura y tirón popular. «Mientras hablaba» -se lee en uno de los Evangelios- «levantó la voz una mujer y dijo: 'Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amantaron'»; algo así como 2.000 años después le gritaban a Felipe González: «Queremos un hijo tuyo».
¿Se parecía a César Borgia, al que tomaron de modelo los pintores del Renacimiento o se aparecía con una mirada magnética y el cabello al viento como el Che Guevera? ¿Semejaba a los iconos de El Greco o a Sócrates? Borges piensa que Sócrates, aunque feo, era más simpático. «Hay en Cristo algo como de político que no me acaba de convencer. Me parece demagogo. Dijo que estaba a favor de los desheredados de la tierra y se autoconcibe como bello». Sería extraño, desde luego, que se reencarnarse como 'el Cachorro', un gitano lorquiano o como Apolo. Sería un acto racista. Aunque cree Borges que las pinturas que nos lo muestran hermoso son pura tontería.
Robert Graves, que investiga las leyendas y los anales romanos, piensa que era legítimo heredero del trono de Israel, del linaje de Herodes.
¿Cómo sería, realmente, el que llevan en los pasos?
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