Bob Taylor era un sencillo guardabosques de Escocia. Su vida corría monótona y placentera hasta que hace 28 años se convirtió en protagonista del que se convertiría en el más famoso Expediente X británico. Falleció el pasado 14 de marzo, a los 88 años, a causa de una neumonía. A la tumba se ha llevado un secreto indescifrable aún: ¿fue abducido temporalmente por extraterrestres?
El 9 de noviembre de 1979, Robert Taylor, que trabajaba en la Livingston Development Corporation, salió de su casa a las 10.30 horas junto a su perra, una setter de pelo rojo llamada Lara. Cogió su furgoneta, se dirigió a una finca de Dechmont Law, aparcó y se encaminó hacia una de las colinas.
De pronto, en mitad del campo, se encontró de frente con un cuerpo metálico, de una textura áspera y de formas redondeadas. Ese objeto misterioso, como recordaría después de aquella aventura y demuestran los dibujos realizados por los expertos a los que Taylor contó su historia, tendría unos seis metros de diámetro por 3,5 de alto. De él sobresalía algo así como una corona. A veces se volvía casi transparente, como si quisiera desaparecer de la vista de los humanos y mimetizarse con el entorno.
Cuando Taylor se acercó a la máquina, dos pequeñas esferas -parecían minas submarinas, con pinchos por todas partes- salieron de su panza y, haciendo un ruido extraño, se acercaron hacia él y le engancharon por los pantalones. Taylor percibió un olor fortísimo, asfixiante y un sonido agudo y tuvo la sensación de que lo llevaban hacia la nave. Perdió el conocimiento. De lo que pasó desde que lo invadieron esas sensaciones hasta que volvió en sí con un fuerte dolor de cabeza y con un sabor amargo en su boca, nada se sabe. Su perra, recuerdan ahora los periódicos, ladraba alrededor de él sin parar. ¿Se lo habían llevado los alienígenas?
En esas condiciones, aturdido, intentó llegar como pudo a su furgoneta y trató de ponerla en marcha. Fue imposible. Tuvo que caminar más de un kilómetro y medio hasta su casa, en Livingston. Cuando lo vio, su mujer casi se desmaya. Sucio, con rasguños... Llamó al médico, a la policía. Los investigadores no tomaron a Taylor por un loco. Todo lo contrario. Hasta tal punto le creyeron que volvieron con él al lugar exacto en que el guardabosques había vivido su experiencia paranormal.
Cuando llegaron, la nave nodriza y las esferas que lo atraparon ya no estaban allí, pero sí había marcas de su presencia en el suelo. La hierba estaba aplastada, pero la tierra no había sido removida, como si algo hubiera flotado sobre ese espacio pero jamás se hubiera posado. Había, además, 40 pequeños agujeros. Quizá las marcas de esa suerte de minas submarinas que lo agarraron por los pantalones.
¿Y Taylor? Apenas presentaba unos arañazos en las piernas y en la barbilla. Lo que más sorprendió a los médicos y a los policías es que su pantalones estaban rasgados a la altura de los tobillos. La policía nunca pudo explicar lo ocurrido. Se declaró entonces desconcertada por lo que encontró y por el relato del forestal. El caso se trató como una agresión, y nunca se pudo cerrar. En teoría, la investigación no ha concluido y sigue abierta.
Taylor no era un hombre precisamente dado a las fantasías. Pese a ello, los vecinos se mostraron incrédulos ante la extraña aventura del guardés, que terminó por irse de Livingston.
Robert Taylor, guardabosques, nació en Livingston (Escocia) en 1918 y murió el 14 de marzo de 2007.