Viernes, 6 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6319.
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REFLEXIONES DE UN CONGRESO / Líderes y ex líderes de la política rivalizaron en protagonismo con académicos y escritores durante las jornadas de Cartagena de Indias / Clinton lamenta «el antiamericanismo de América Latina»
La lengua española como pretexto político
BORJA HERMOSO. Enviado especial

CARTAGENA DE INDIAS (COLOMBIA).- Todavía deben de retumbar entre las paredes del Auditorio Getsemaní, Centro de Convenciones Julio César Turbay Ayala, Cartagena de Indias, Colombia, los ecos de la surrealista entrada de William Jefferson Clinton en el recinto.

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Día 26 de marzo. Sesión inaugural del IV Congreso de la Lengua Española. Cuando todavía algunos corrillos amplificaban los runrrunes de si había ido o no había ido para rendir tributo a su amigo García Márquez, el ex presidente de EEUU empujó una puerta lateral del inmenso salón, entró ante el asombro y el aplauso de tirios y troyanos, atravesó el pasillo que llevaba hasta la primera fila -rodeado de seis o siete armarios roperos con aspecto humano-, saludó y se sentó como si tal cosa en medio de una repentina apoteosis a caballo entre la alta política y la más sofisticada puesta en escena del mundo del show-bizzness.

A su lado, los ex presidentes colombianos César Gaviria, Andrés Pastrana y Belisario Betancourt, el presidente de Panamá, Martín Torrijos, y un rosario de cargos del actual Gobierno de Bogotá. En el escenario -puestos en pie ante el advenimiento del antiguo inquilino de la Casa Blanca- los Reyes de España, el presidente colombiano Alvaro Uribe, y su esposa, Lina Moreno de Uribe.

No fue una escena baladí. Simbolizaba a las claras lo que en gran medida iba a ser la tumultuosa cita colombiana en honor a la lengua española: más allá de un foro de debate en torno a las alegrías y penas del idioma, un guateque político de alcurnia. La conclusión de que el ejercicio del poder aun después de abandonarlo y la interconexión de los miembros de tan privilegiada casta bien vale un pretexto para reunirse de cuando en cuando. Un pretexto como por ejemplo el de la cultura.

La estelar (y tardía) irrupción de Bill Clinton en Cartagena la Heroica fue comentada hasta la saciedad y marcó de manera decisiva el arranque del Congreso. Muy comentada fue, también, la insólita decisión del presidente Uribe de ponerse en pie para recibir a Clinton, decisión que obligó prácticamente a los Reyes de España a hacer lo propio. Cortesía diplomática, se supone.

Cartagena de Indias se convirtió a partir de ahí y durante cuatro días en un contexto de debate cultural, sí, pero también en un auténtico crucigrama de intereses, mensajes, gestos y declaraciones de intención política.

Ese mismo día, la revista colombiana de información general Cambio publicaba una entrevista con el antecesor de Bush. En ella, el ex presidente reconvertido hoy en uno de los conferenciantes más cotizados del planeta aprovechaba el viaje para recordar el origen de su vieja amistad con el autor de Cien años de soledad, fraguada en 1994 durante una cena privada en Martha' s Vineyard, islote cercano a la costa de Massachussets. También recordó cómo, para él, Cien años de soledad era «la mejor novela escrita en cualquier lengua desde la muerte de Faulkner».

Pero no sólo de literatura habló Clinton en esa entrevista: también recordó la conversación de aquella noche con García Márquez y Carlos Fuentes, quienes le rogaron que levantara el bloqueo comercial a Cuba, con poco éxito, como es sabido.

En esa entrevista de Cambio, Clinton, sabedor de que la misma saldría publicada justo en el arranque del Congreso de la Lengua, con toda la carga simbólica y política que eso suponía, aprovechaba también para lamentar «tanto sentimiento antiamericano a lo largo y ancho de América Latina». Clinton tampoco dejó pasar la ocasión de criticar la labor política desempeñada por líderes de ese supuesto movimiento antiestadounidense, como Hugo Chávez o Evo Morales.

A su vez, el mexicano Carlos Fuentes echaba su propia sal a la poción política del Congreso con estas declaraciones: «Clinton debería ser el presidente del mundo; es sensible e inteligente. Pero Bush es un estúpido, un arrogante y un ignorante».

La condición de Gabriel García Márquez como indiscutible protagonista del Congreso de Cartagena también se vio tocada por el cariz político. El Nobel acababa de viajar a La Habana para visitar a Fidel Castro y, de paso, reunirse con su hermano y sucesor Raúl Castro, con representantes del Gobierno colombiano y de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional de Colombia con vistas a una salida negociada al conflicto.

Pero uno de los puntos álgidos del Congreso de la Lengua dentro del capítulo que podría denominarse mensajería política fue el protagonizado por el escritor argentino Tomás Eloy Martínez. En su discurso del acto de inauguración, y en presencia de los Reyes, de Clinton, de los demás presidentes y ex presidentes, del alcalde de Cartagena de Indias, Nicolás Curi, pero sobre todo en presencia del actual mandatario colombiano Alvaro Uribe, el autor de Santa Evita metió dedos en llagas que tardaron bastante en cicatrizar.

Tomás Eloy Martínez no se conformó con un discurso diplomático y autocomplaciente, sino que se dedicó a decir alto y claro lo que menos le gustaba del contradictorio contexto en el que se iba a desarrollar el Congreso: «La mitad de los habitantes de nuestra América carece hoy de agua potable y vive hacinada en casas miserables, indignas de la condición humana. Aquí mismo, en la gloriosa Cartagena de Indias, un desolador 80% de la población es pobre, según las estadísticas oficiales. Un quinto de los hispanos de este hemisferio no sabe leer ni escribir o sólo disponen de herramientas elementales para entender un texto. Allí donde el silencio reemplaza a la lengua, los seres humanos están condenados a ser menos humanos».

Las palabras de Tomás Eloy Martínez -aplaudidas con rabia, al igual que las de Antonio Muñoz Molina cuando dijo que «el enemigo del español no es el inglés, sino la pobreza»- no cayeron precisamente bien entre los políticos colombianos, especialmente el presidente Alvaro Uribe. Tampoco entre algunos de los funcionarios culturales de España que habían tenido que ver con la organización del Congreso. Uno de ellos reconoció a este diario que no le había gustado el discurso de Martínez, «porque si estás en casa de tu anfitrión, no puedes insultarle».

El director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, sostuvo implícitamente en la sesión de clausura las tesis de Tomás Eloy Martínez cuando dijo: «Este congreso ha sido un aldabonazo contra todos los gobiernos, y me refiero a la lengua como factor de cohesión de una comunidad, la hispanoamericana, que ha de afrontar todos sus problemas reales».

Por cierto, Alvaro Uribe aprovechó a su vez el altavoz del Congreso de la Lengua para dar a conocer los índices de la pobreza en Colombia, que según él han descendido en 11 puntos desde que llegó al poder en 2002. Una de esas cifras hablaba de que la segunda mejor ciudad colombiana en evolución era precisamente Cartagena de Indias, «donde la pobreza descendió del 51, 2% al 33,1% y la pobreza extrema, del 16% al 5,3%». Uribe no explicó si los 300.000 habitantes de Nelson Mandela, inmensa colonia de desplazados a poca distancia del centro histórico de Cartagena, figuran entre la frialdad de la estadística.

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