La herejía ya está en marcha, según algunos. Un océano infinito de posibilidades, aseguran otros. Pero el caso es que la categoría de los escépticos temerosos y la de los aventureros iconoclastas están obligadas a transitar por el mismo camino: el de la evidencia de unos hechos que ya esbozó McLuhan en visionarios pasquines como La aldea global o La Galaxia Gutenberg. Las nuevas tecnologías avanzan y se abren paso entre la maleza de la historia de la cultura, afectando progresiva, aunque todavía dubitativamente, a los hábitos de lectura, escritura y edición.
Las formas literarias no escapan al poderoso influjo de la luna cibernética y computerizada ni al avistamiento de la desmaterialización de los objetos culturales que ya avanzaron autores como Alain Finkielkraut o Richard Lanham. Y así, quienes escriben los libros y quienes los editan forman cada día nuevos corros de reflexión para intentar ver por dónde van los tiros.
El reciente Congreso de la Lengua celebrado en Cartagena de Indias no fue una excepción, sino la plasmación transparente del cosquilleo creciente que fenómenos como los blogs, el e-book, el relato interactivo y el hipertexto (entre otros) están provocando en el mundo de la creación literaria. Numerosas citas en forma de mesas redondas, paneles, coloquios informales o almuerzos de trabajo sirvieron para tratar el asunto.
La más sabrosa de todas ellas fue la que reunió en La Casa de Tere, una reluciente y preciosa librería del barrio de Bocagrande de Cartagena, a los escritores Martín Caparrós (Argentina), Antonio García (Colombia), Ignacio Padilla (México) y Lorenzo Silva (España), quienes no se pudieron de acuerdo, como no podía ser de otro modo en semejante materia, pero esbozaron caminos e hipótesis que, a lo mejor, son reglas en un futuro a muy, muy corto plazo.
Para el novelista y periodista Martín Caparrós, que prefiere hablar de «nuevos soportes del texto» que de «nuevos soportes del libro», el ritmo de los cambios reviste velocidad de crucero. «Estamos en mitad de unos cambios tecnológicos sin precedentes, y cosas que hace 20 años nos parecían fantasía pura están sucediendo. Y esos cambios tienen que influir por fuerza, lo están haciendo ya, en la forma de crear los textos».
El autor de Valfierno (novela ganadora del Premio Planeta para Hispanoamérica) aludió a Borges y a Cortázar para subrayar el advenimiento inexorable del hipertexto y las nuevas posibilidades del lector o usuario, que podría pasar de sujeto pasivo a sujeto activo del relato. En ese sentido, la insólita apuesta de Caparrós se dirige al mundo de los videojuegos más que al de «esas novelitas hechas con blogs o recopilaciones de emails». «Esos jueguitos de ordenador son como las nuevas novelas de caballería, los nuevos Amadís de Gaula... y ahora están esperando su Cervantes».
Quien sí parece apostar a tumba abierta por lo que podría llamarse blogteratura es el mexicano Ignacio Padilla. Para él, «el libro tradicional tiene que replantearse su futuro frente al auge de las computadoras, igual que el cine se lo replanteó frente a la televisión y la pintura frente a la fotografía». Y en la búsqueda de un lenguaje propio, el autor de Amphitryon apuesta por los blogs o bitácoras como camino de inspiración, «porque es el género que, con sus cadáveres exquisitos, más está dando el tono en la búsqueda de nuevas formas de relato».
Padilla, que en la actualidad dirige la inmensa Biblioteca Central de México, no cree que el libro como objeto vaya a desaparecer frente a la irrupción del soporte electrónico: «El libro tradicional es ergonómico y responde al fetichismo, y no va a desaparecer, pero lo ideal es que los nuevos lectores lean en los dos soportes», dice, pero constata que hay «una indudable sobreabundancia de libros impresos, en el mundo se edita un libro cada medio minuto y eso no se sostiene».
En ese capítulo incide Lorenzo Silva, que ve en esa sobreproducción editorial un peligro no futuro, sino presente, «porque no es que no genere negocio, sino que genera unos costes enormes y es ilusorio que eso vaya a sostenerse indefinidamente». Para el autor de La flaqueza del bolchevique, «una parte de la industria editorial tendrá que reciclarse, porque hoy por hoy hay infinidad de cajas de libros que llegan a las librerías y ni siquiera se abren... Así que muchos autores y editores deberían resignarse y buscar su cauce en el terreno del libro digital». Eso plantea ahora mismo un problema, según Lorenzo Silva, y es que «por ahora, la tecnología ha sido deficiente y el libro electrónico, un producto fallido, pro no hay que descartar que mejore».
En lo relativo a si la literatura digital está provocando cambios en las formas de creación narrativa, Silva se muestra convencido de ello, y destaca las experiencias de autoría colectiva en la Red y el fenómeno de los blogs, «que son lo que más se parece a una forma literaria realmente nueva, aunque no sé si me hacen feliz o no, porque al permitir la interacción están dando como resultado una excesiva fugacidad en los textos».
El más escéptico de los escritores presentes en la cita de Bocagrande fue Antonio García, para quien la progresiva invasión de los formatos digitales puede desembocar en una especie de darwinismo cultural: «¿Qué especies literarias menores se quedarán perdidas en medio de tanto avance tecnológico?». El novelista colombiano acude a la ironía para retratar lo que considera toda una suplantación cultural: «El libro interactivo está muy bien, claro... es como ir al restaurante autoservicio, donde te pones lo que te quieres. Pero claro, a veces necesitamos ir a un restaurante de mantel y que te sirvan, ¿verdad? El libro objeto no necesita batería, no se descarga y si se cae al suelo, no le pasa nada... y siempre te lo puedes llevar a una isla desierta, y el libro electrónico no».