Viernes, 6 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6319.
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 CULTURA
GALERIA DE IMPRESCINDIBLES / FRANK MILLER
Un creador en la oscuridad
Cómic y película sobre la batalla de las Termópilas
MANUEL HIDALGO

Honor, Deber, Gloria, Combate, Victoria. Así, con mayúsculas, se titulan los cinco capítulos del extraordinario cómic de Frank Miller, publicado originalmente en 1998 y ahora -va por la octava edición- editado en España por Norma, en las vísperas del estreno de 300, la impresionante película dirigida por Zack Snyder, que ya asombró a los aficionados con El amanecer de los muertos (2004), remake de la película homónima con zombies de George A. Romero: «Cuando ya no haya sitio en el Infierno, los muertos caminarán sobre la Tierra». Y en este plan, que diría Umbral.

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Esos cinco títulos, dejémonos de historias y vayamos al grano, ya expresan, en toda tierra de garbanzos, el contenido ultraconservador del cómic de Miller y de la película de Snyder. No vamos, a estas alturas, a hacernos los despistados quienes no somos despistados y sabemos lo que sabemos. Miller, en el mejor de los casos, es un demócrata al estilo republicano. Al estilo Bush. Tiene dicho que, si su país está en peligro, no se moviliza a los diputados, sino a los marines. Vale. Su historieta contiene un hiperbólico elogio de la guerra, del heroísmo, del martirio, del sacrificio, del valor físico, de la violencia, de la muerte, de la crueldad, del patriotismo, de la nación y de la fuerza muscular y bruta como espartanos instrumentos de defensa de la democracia y la libertad, dice también, frente al numeroso y tiránico enemigo exterior, un Jerjes persa (iraní), en este caso, líder de una masa oriental (sin rostro y con máscara, los inmortales) que acecha por el ojo de una aguja, las Termópilas reales y metafóricas, a la civilización occidental, según ocurrió en el 480 antes de Cristo.

El cómic y la película me parecen, en su sentido político, una reedición de algo así como El Alamo (1960), de John Wayne, que, con mimbres propios de la época, cantaba la heroica inmolación -la derrota como victoria, atención- de un reducido grupo de colonos texanos frente a las prolijas tropas del general mexicano Santa Anna. Estamos, pues, ante un discurso ultraconservador, propio de la era Bush, del mismo modo que hubo un cine propio de la era Reagan. Y, por mi parte, y al respecto, no hay más que hablar.

Frank Miller tiene 50 años y se crió en Vermont. Al filo de los 20 años, ya consiguió destacar como dibujante de cómics. Miller fue pasando, con responsabilidad creciente, por las más importantes editoriales de cómics norteamericanas, tales como DC y Marvel.

Resumir su carrera requeriría de un espacio del que no disponemos, ya que, como otros grandes creadores de cómics, ha pasado o simultaneado sucesivamente por la tarea de sólo guionizar, sólo dibujar y guionizar y dibujar algunos de los más importantes personajes y tebeos clásicos y modernos de los últimos 30 años. Los expertos ya saben.

Digamos que destacó decisivamente, en los años 80, con su contribución a personajes como Daredevil y Batman, a los que dotó, en general, de una negra oscuridad visual y moral, que se ha convertido en su santo y seña.

Miller admiraba desde joven muy especialmente el cine y la novela negros: Chandler, Spillane y por ahí. Esto quiere decir que admiraba una sofocante y enfermiza atmósfera de delito, violencia, corrupción y sexualidad más o menos explícita, a la que, finalmente, daría salida en el blanco y negro de su novela gráfica Sin City (1991), adaptada al cine en 2005, con formas muy novedosas, por Robert Rodríguez y él mismo, con el concurso de QuentinTarantino. Estos directores, y otros varios -vamos a decirlo- le han dado una vuelta a la novela y al cine negros, y, con una mentalidad posmoderna -relativista-, han terminado por convertir un discurso crítico sobre la ciudad y las enfermedades del capitalismo en un complaciente y machista ejercicio de violencia y sexualidad banales para el logro de un espectáculo sin conciencia, pero con inquietantes derivas conservadoras. Es así, pero a sus fans no les gusta nada que se diga. No se quieren enterar.

Miller admiraba también al gran Will Eisner -parece que va a llevar al cine The Spirit-, con quien mantuvo unas imprescindibles conversaciones sobre el cómic, recogidas por Charles Brownstein y ya editadas en España por Norma.

Miller -creador de Ronin y Elektra, en registros muy distintos- se ha dado varios tortazos, especialmente en el cine, pues fue el guionista de Robocop 2 y Robocop 3 -violencia, violencia-, que no tuvieron el éxito esperado. Mientras Sin City está lista para conocer dos nuevas versiones cinematográficas -se habla de la inclusión de Antonio Banderas-, Miller ultima Holy Terror, Batman!, una novela gráfica en la que el murciélago va a enfrentarse a Al-Qaeda, nada menos.

El caso es que 300, el cómic, coloreado -ocres, rojos, verdes, grises- por Lynn Varley, esposa -¿o ex?- de Miller, es ya un punto y aparte -sus páginas apaisadas, la disposición de las viñetas- en la historia de los tebeos. Y todo gracias a que el niño Miller vio y se quedó patidifuso ante El león de Esparta (1960), una película sobre el mismo asunto de Rudolph Maté, que yo también vi en mi colegio, pero con nulo efecto artístico.

Con todas las observaciones anteriormente expuestas, 300, la película de Zack Snyder, es, más allá de su argumento y filosofía -¿homófila y homófona a la vez?-, una obra muy distinta y singular, que anticipa extraordinariamente portentosos caminos que el cine puede recorrer en los próximos años. Llegará un momento en que las prodigiosas posibilidades de la digitalización, de los efectos especiales y de la posproducción con ordenadores no sólo estarán al servicio del éxito comercial y del público eminentemente adolescente, sino que servirán -ya empiezan a servir- para el logro de obras de arte complejas, fantásticas y poéticas que no sólo deslumbrarán en el presente, sino que igualmente deslumbrarían a grandes pintores, escritores y artistas en general del pasado.

El trabajo de Miller -también productor ejecutivo- y Snyder en 300 me ha dejado, por un lado, con mal cuerpo, pues propaga la exacerbación de unos valores que no comparto en absoluto, pero, por otro, me ha fascinado como realidad y horizonte de unas posibilidades plásticas y estéticas del cine que están abiertas y disponibles para los mejores usos.


DOS DELANTE

PHILIP ROTH. He leído una novelita breve de Roth, El pecho (Mondadori), y, siendo como soy un admirador incondicional del autor de El lamento de Portnoy, he experimentado la sensación -quizás retrospectiva- de que el gran escritor se ha repetido demasiado -siempre agudo e ingenioso- con sus historias de sexo, muerte, profesores y angustia existencial.

LABORDETA. Vale la pena leer En el remolino, la novela de José Antonio Labordeta, ahora rescatada por Anagrama, una historia de odio y violencia ambientada en el campo aragonés durante la Guerra Civil. Palabra poética, narración minimalista. Texto y textura tan contenidos y controlados como expresivos y reveladores. Muy actual.

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