SANTIAGO SALAS DE VEGA
SEVILLA.-
Estaban como en casa. Lluvia, viento, frío, cerveza... Sevilla fue ayer lo más parecido a Londres para los miles de hinchas del Tottenham que acompañaron a su equipo hasta una ciudad que había preparado con esmero -y cierto temor- su llegada con motivo del partido de cuartos de final de la UEFA.
Las autoridades, en un intento de evitar altercados entre los aficionados ingleses y las cofradías de Semana Santa, intentó mantenerlos concentrados y alejados del centro de la ciudad en un mismo recinto, llamando su atención con cientos de barriles de cerveza y dos pantallas gigantes donde poder ver vídeos de partidos históricos del Tottenham. Pero los ingleses, nunca mejor dicho, no tragaron.
Eso sí, lo peor llegó en el estadio y durante el partido, cuando las fuerzas del orden tuvieron que emplearse a fondo y reprimir a numerosos seguidores ingleses pasados de bebida y vueltas. Las cargas policiales en la primera parte rompieron las ganas de bronca de los más radicales y alterados. Una vez finalizado el encuentro, la Policía intentó evitar que se dispersaran y trató de trasladarlos a los aeropuertos de Sevilla y Jerez.
Antes del follón, los ingleses fueron trasladados en autobuses fuertemente escoltados hasta una gran explanada de 3.700 metros cuadrados situada frente a la estación de tren de Santa Justa, a apenas cinco minutos del estadio Sánchez Pizjuán, donde fueron recibidos por el alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, y por el presidente del Sevilla, José María del Nido. Pero no aguantarían demasiado allí. Ni las raciones de paella que se repartieron, ni los goles del mítico Paul Gascoigne con la camiseta de los spurs que proyectaban las pantallas de vídeo tras la barra les mantuvieron retenidos.
El precio de la cerveza que se les había facilitado fue el detonante. «Beer. Una pinta: 4 euros. Un litro: 8 euros». Al cambio, no es muy distinto del que pagan en los pubs de Londres, pero por lo visto no estaban dispuestos a hacer lo mismo en España.
La lluvia hizo el resto y la desbandada fue generalizada hacia los bares de los alrededores, que acogieron con los brazos abiertos los euros frescos recién cambiados por los ingleses. Los más tranquilos se decantaron por coger fuerzas en los restaurantes de comida rápida cercanos al Sánchez Pizjuán, y otros por ir en busca del souvenir ideal que llevarse como recuerdo del partido.
Los hubo también que se lanzaron sin suerte a la aventura, mapa en mano, hacia el centro de la ciudad en busca de alguno de esos «desfiles religiosos» de cuya presencia les había advertido su propio equipo antes de viajar a Sevilla. No tuvieron suerte por el agua.
Mientras, el chiringuito que les habían preparado se empezaba a quedar casi desierto. Menos de un centenar de hooligans y algún que otro sevillista -la cordialidad fue total- se resguardaban de la intensa lluvia bajo la hilera de toldos del recinto, bajo la atenta mirada de policías y camareros cruzados de brazos. No hicieron falta ni los anunciados cortes de tráfico.
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