LUIS MARIA ANSON
El diario adicto decreta todos los años, inasequible al desaliento, la paganización de la Semana Santa y el laicismo total de la sociedad española. Ciertamente la crecida del nivel de vida permite que una parte considerable de ciudadanos aproveche las vacaciones para desplazarse a sus segundas residencias o a otros lugares gratos. Pero desde la capital de la nación hasta el último pueblecito, España entera hierve de procesiones y oficios religiosos. Negar eso es negar la evidencia misma, es un ejercicio de voluntarismo sectario.
La mitad de la inmigración en nuestra nación pertenece a religiones no cristianas. Un segmento considerable de la población española se muestra indiferente, cuando no hostil, a la Iglesia católica. Esa realidad se acentúa en la juventud. Son hechos y cifras tozudos, imposibles de sortear. Pero también es cierto que más de 10 millones de personas acuden todos los fines de semana a misa, que el 90% de los niños que nacen son bautizados; que el 97% de las personas que mueren son enterradas en cementerios cristianos; que el 80% de los padres de familia eligen la asignatura de religión en los colegios, a pesar de las feroces campañas zapatéticas para relegar esa materia, equiparándola al parchís o a la nada; que en los lugares más pobres y desfavorecidos del mundo -centros del sida, de la lepra, asilos y miserias- los que dan la cara son las monjas y los misioneros católicos; que los neocatecumenales crecen como los hongos; que las ONG religiosas se multiplican; que las comunidades de base cristiana se fortalecen; que el Papa congrega multitudes impensables para cualquier otro líder; que en torno a Juan Pablo II se reunieron en Madrid más de un millón de jóvenes en una ceremonia inolvidable.
Tras unas décadas de hedonismo y consumismo generalizados, el renacimiento espiritual es un hecho en los Estados Unidos de América. Todavía no en Europa pero ya hay síntomas de que la predicción del máximo filósofo de la Historia, Arnold J. Toynbee, se cumplirá. El Vaticano sigue siendo el faro espiritual del mundo y ese liderazgo indiscutible no está vinculado a ningún Pontífice concreto como se ha comprobado tras la desaparición de Juan Pablo II. Tu es Petrus y quien calza las sandalias del pescador tiene la espiritualidad del mundo a su lado.
Semana Santa, de nuevo. Sangra el Hijo de Dios vivo. Cristo no vaciló en tomar la cruz para llevarla, cargada de vilezas, hasta la cumbre del Calvario. Escuchamos aún su clamor en el Gólgota: «Señor, Señor, por qué me has abandonado». El interrogante atroz llega hasta nuestro días. La imagen de Kazantzakis, Cristo otra vez crucificado por algunos sectores del mundo moderno, posee perfecta validez. Gota a gota se está consumando de nuevo el gran sacrificio. Semíramis ya no reina en el mundo. Convertida en dulce paloma, voló para siempre a los cielos. Y sobre el orden de Melquisedec pesa la amenaza de la destrucción. Los Evangelios no son complemento del Talmud, del Avesta o de El capital. No se puede relativizar la verdad evangélica. Hay que restaurar, como decía San Pío X, todas las cosas en Cristo, todas las cosas en el Evangelio. En el manantial de la buena nueva encontrará siempre el hombre la paz, el sosiego, la solidaridad, la llama de amor vivo que tiernamente hiere nuestra alma en el más profundo centro. Nocte pluit tota Jove. Y Dios llovió toda la noche. Lluvia fina de la espiritualidad que no cesa, mientras allá en el Huerto de los Olivos, que yo visité tantas veces, siempre estremecido, resuenan todavía las palabras de la desolación. «Triste está mi alma hasta la muerte. Quedáos aquí y rezad conmigo».
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.
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