ARCADI ESPADA
Bajo el mercurial epígrafe La lucha antiterrorista, un periódico publica ayer una crónica sobre lo bien que va todo en un villorrio vasco (Gaztelu) donde gobierna una agrupación de electores como las que Batasuna patrocina. Según la crónica, la vida anterior, gobernada por el PNV, era imposible de vivir: los hijos pegaban a las madres y los hermanos seguían el modelo relacional de Caín y Abel. Ahora todo va como la seda. Este ejemplo menor, aunque delirante, de legalización mediática convive con la noticia de que un etarra llevaba propaganda del partido suplente y había mantenido vínculos con Batasuna. Lo que no es novedad, pero sí es noticia y se añade a otros ejemplos recientes y cuantiosos sobre la actividad de Batasuna, que ya recibe en los periódicos un trato convencional: baste observar con qué atrevimiento (poco compatible con un partido clandestino) se habla de minorías y mayorías en el partido y se caracteriza en sentido radical o moderado a sus líderes. La actividad de Batasuna no se muestra ya con la sobresaltada expresión del mal, sino con la burocrática indiferencia de cualquier otro agente de la política: más adscrita a la rutina que al suceso. Ni siquiera en los tiempos de su legalidad de ley (¡pleonasmo obliga!), Batasuna había recibido atención comparable. Y la atención ha soportado el asesinato de Estacio y Palate, el rechazo legal del nuevo partido y la obstinada negativa a condenar la violencia.
¿Por qué el periodismo hace eso? Habría que preguntarle; pero la explicación no es ajena a la teoría de la anticipación. Durante la Transición, el periodismo anticipó la democracia y ahora anticipa la paz. Las analogías nunca son perfectas y ésta tampoco: y por la distinción democracia/dictadura se despeña un abismo moral. Pero, de cualquier modo, en la proyección periodística la legalización de la izquierda abertzale es asunto vertebral. El periodismo no podría soportar (perdóneseme la ingenuidad) un recrudecimiento de la actividad terrorista: ya da por amortizadas muchas etapas del proceso.
Todo esto es del máximo interés. Pero aún menor que el de la conclusión: aun con alguna estrechez ética, el periodismo está describiendo la realidad. Porque mal que bien la izquierda abertzale es legal. Sea mediante el Partido Comunista o las Agrupaciones para la Protección de Madres y Hermanos vascos. La ley la hacen los dioses, pero el reglamento es cosa de hombres: y la ley de partidos, hoy un texto puramente melancólico, no escapa a esa lógica. Por si fuera poco y no estuviera ya bien engrosada la metáfora, el caso Batasuna demuestra, por último, lo que tantos sospechan y hasta los mismos jueces dejan ver en sus autos: no hay más justicia que la mediática.
(Coda: «Gaztelu es otro piso piloto del sueño soberanista. Como allí no hay concejales populares ni socialistas, la cosa se vuelve más endógama, siguiendo el patrón del padre Peyton para el rezo del rosario en familia. ¿Familia que se zurra unida permanece unida?» Santiago González, Palabra de vasco, Espasa 2004.)
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