Viernes, 6 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6319.
OPINION
 
Editorial
LAS DOS ALMAS DE UCRANIA

Entre el marasmo y la desilusión, los ucranianos asisten estos días a una crisis política sin precedentes. Ni el presidente Yushchenko ni su antagonista el primer ministro Yanukovich parecen tener la llave para desatascar una situación que pospone reformas cada vez más necesarias y amenaza con arrojar al país por la pendiente de un enfrentamiento civil.

Todo empezó la semana pasada, cuando el presidente firmó un decreto de elecciones anticipadas para evitar que sus diputados sigan pasándose a las filas de su rival. Yuschenko -aupado al poder por la formidable marea humana de la revolución naranja- ha sufrido en sólo tres años un desgaste colosal. Primero fue la ruptura con su aliada Yulia Timoschenko, que dimitió como primera ministra en septiembre de 2005 y le puso en manos de Yanukovich. Después vino la imposible cohabitación con su enemigo íntimo, que ha terminado degenerando en el conflicto actual.

Tanto el primer ministro Yanukovich -que ayer invocó la mediación de Austria- como la mayoría parlamentaria que lo sustenta se han negado a acatar el decreto del presidente, al considerar que entre sus funciones no está la convocatoria de elecciones anticipadas. En condiciones normales, debería ser el Tribunal Constitucional quien resolviera el pulso, pero no parece que éste pueda dictar una resolución con la premura que la situación exige.

En realidad, no parece que unas elecciones anticipadas puedan cambiar demasiado el paisaje. Las encuestas favorecen en principio al primer ministro, que podría reeditar su coalición con socialistas y comunistas, pero el clima de tensión no se diluirá fácilmente. Como se pudo ver en las revueltas de 2004, el país se halla partido nítidamente en dos mitades. La oriental respalda a Yanukovich, posee un firme tejido industrial y mantiene fuertes lazos con Rusia. La occidental vota por Yushchenko y sueña con incorporarse a medio plazo a la Unión Europea. Y ni una ni otra parecen decididas a abdicar de sus posiciones.

Digan lo que digan sus arengas, lo cierto es que Yushchenko y Yanukovich están condenados a entenderse. La presión en la calle es mucho menor que en 2004, pero la parálisis política ahuyenta las inversiones extranjeras y deja en suspenso la lucha contra la corrupción y las reformas estructurales que tanto necesita Ucrania. La UE debería auspiciar una solución pacífica a la crisis y ayudar a conciliar las dos almas de un país de inmensa importancia estratégica del que depende, entre otras cosas, la estabilidad energética de media Europa.

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