DAVID TORRES
Keith Richards, el guitarra malote de los Rolling Stone, ha confesado que lo más raro que se ha esnifado en su vida son las cenizas de su padre. Es muy triste que un anciano no reconozca su edad y siga intentando hacerse el machote cuando lo más parecido que le queda a un orgasmo es el cáncer de próstata.
Hay gente que, aunque dejó de creer en Dios poco después de la primera comunión, aún cree en los Rolling y tiene la esperanza de volver a verlos sobre un escenario cuando, con su pinta y su estado, los Rolling deshonrarían un geriátrico. Estos cuatro ya no se chutan más que balones de oxígeno y, más que una crítica, el concierto, de producirse, requeriría una autopsia. Luego va Keith Richards y, como siempre, dice que todo era una broma. Que no se había esnifado a su padre. Tanto ir por el lado salvaje para acojonarse luego delante de un control de alcoholemia. Más que pactar con el diablo, los Rolling le hicieron una Opa a un monaguillo.
Ya firmaría yo por estar a los 70 tan sano como Sánchez Dragó, por ejemplo, que dice ahora en la portada de una revista que juventud y vejez son estados del alma. Puede ser, pero si del alma le colgaran tantas arrugas, la de Dragó parecería una camisa mal planchada. Esto del alma y del cuerpo es un cuento chino que nos endilgó Sócrates para despistar sobre el hecho de que era más feo que Keith Richards. El cuento chino lo recogió Platón, que tampoco debía de andar muy sobrado de belleza el hombre cuando lo motejaron como el de anchas espaldas. Seguramente era mejor no mirarlo de frente.
Estas reflexiones llegan a los 40, junto al cartoncillo de la calva, la hipoteca de los michelines y dos hernias discales. A la piscina que me ha recetado el traumatólogo acuden varios ancianos a los que todavía les quedan ganas de bromear. «Tengo 84», dijo el otro día uno. «Ya estoy en la prórroga». «Tú, en el gol de oro», pensé yo. Al día siguiente, el hombre se quedó flotando bocabajo más tiempo de lo habitual y uno de los socorristas se acercó a comprobar si estaba inaugurando una nueva modalidad de natación o simplemente ya había llegado a la meta.
El Viernes Santo es el día idóneo para pensar en estas cosas de la muerte, la resurrección y la vida eterna. Cristo nos enseñó el camino, plagado de pedradas y latigazos, pero los Rolling prefieren el atajo de la clínica suiza, el reciclaje de sangre o partir cocos con la frente, que debe de ser sanísimo. Pero la vida eterna a la que puede aspirar una estrella del rock no es gran cosa. Fíjense en Mick Jagger, que parece una muñeca hinchable deshinchada, recauchutada y operada con silicona, o en Keith Richards que, con esa cara de jamón york pasado de fecha, habría arrasado en la carrera filosófica. Lástima que no sepa que esnifar al padre también es eucaristía.
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