ZARAGOZA 1
BARCELONA 0
César Sánchez
Diogo
Piqué
G. Milito
Juanfran
Zapater
Celades
S. García
Aimar
D'Alessandro
D. Milito
Cambios: Movilla por Celades (min. 58)
Nery por S. García (min. 77)
s.c.
Lafita por Aimar (min. 87)
s.c.
V. Valdés
Oleguer
Thuram
Puyol
Márquez
Xavi
Iniesta
Deco
Giuly
Ronaldinho
Messi
Cambios: Zambrotta por Márquez (m. 46)
Gudjohnsen por Giuly (min. 66)
Gio por Oleguer (min. 72)
s.c.
Arbitro: Medina Cantalejo
Tarjetas amarillas: Diogo, Messi, Xavi, Ronaldinho, Deco, Piqué, César, Movilla, Iniesta y Zambrotta.
Tarjetas rojas: No hubo.
Goles: 1-0: Diego Milito (min. 57).
Mucho se han preocupado las sucesivas directivas del Barcelona de que sus futbolistas se integraran en la cultura del país, y cuando todos creían que iba a ser imposible, que a los fichajes sólo les interesaba el fútbol, la fama, el dinero y las prohibiciones de la noche, resulta que esta plantilla ha asimilado las raíces cristianas de la tierra y, para conmemorarlo, decidió anoche escenificar los pasos del Vía Crucis. El líder hizo de penitente y de Cristo en su martirio, todo de una vez, el día en que se esperaba todo lo contrario, un derroche de opulencia y suntuosidad laica para dar un golpe de efecto a la Liga ganando el partido más complicado que le quedaba en el calendario. Pero el Barça se derrumbó, se flageló sin que nadie se lo pidiera, y el Zaragoza lo aprovechó para hilvanar un partido serio pero sin grandes alardes que le sirvió para vengar la afrenta de la Copa y encaramarse a la lucha por el título.
Cuando el Barcelona juega un partido decisivo para sentenciar la Liga, pueden ocurrir, y ocurren, cosas como: Frank Rijkaard se ilumina y en un acto entre el riesgo y la insensatez apuesta como un loco de la ruleta rusa por el 3-4-3. Cree el holandés que la Historia no es un continuo temporal, sino un bucle en el que cualquier episodio se puede repetir. Por ejemplo, que el Zaragoza no aprenda de sus errores y que Víctor Fernández vuelva a palidecer y a sudar frío como hace un mes, cuando le birló las semifinales de la Copa del Rey gracias a su magistral -aquel día lo fue- planteamiento. Pero nada de aquello ocurre. Entre otras cosas porque el 3-4-3 de hace un mes no es el 3-4-3 de ahora. El esquema es mucho más conservador, menos dinámico y, pecado mortal, más previsible y vulnerable.
Cuando el Barcelona juega un partido decisivo para sentenciar la Liga, pueden ocurrir, y ocurren, cosas como: los jugadores deciden que no les apetece jugar. O correr, que en el fútbol suele ser lo mismo. Los aspirantes a sentenciar la Liga pastan por el verde césped mientras el Zaragoza se dedica sencillamente a jugar, a bascular de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, a triangular, a estirar el terreno como una lycra, a morder el balón, a inquietar a Valdés. El Barça sabe defenderse porque a los de Víctor les falta el incisivo toque final y Xavi e Iniesta se dejan caer por la frontal al rescate.
Cuando el Barcelona juega un partido decisivo para sentenciar la Liga, pueden ocurrir, y ocurren, cosas como: Márquez juega el penúltimo peor partido de su carrera. Tiembla al dar los pases, se derrumba como la estatua de un dictador cuando alguien, sea D'Alessandro, sea Aimar, sea Sergio García, le encara con el balón. La pieza más importante en el esquema, el que debe hacer la transición al ataque y dar estabilidad a la diezmada defensa, se borra del partido. En el descanso Rijkaard decide cambiarlo por Zambrotta. El segundo tiempo comienza con el dibujo de siempre, el 4-3-3, el partido comienza de nuevo para el aspirante a sentenciar la Liga y el 3-4-3 pasa, definitivamente, a mejor vida.
Y cuando el Barcelona juega un partido decisivo para sentenciar la Liga, pueden ocurrir, y ocurren, cosas como: Ronaldinho hace pensar a los aficionados azulgrana que quizá los 100 millones que ofrecía el Milan eran una sensacional oferta, y que el brasileño está aburguesado, desfondado, abrumado por la dorada publicidad. Lo que sí es seguro es pasa una hora y media desubicado y ramplón. En el primer tiempo como falso ariete, en el segundo el la posición que le ha elevado a los altares y que hoy no le haría pasar de mero jugón. También Deco, el barómetro del equipo, marca que las isobaras del líder, del aspirante a sentenciar la Liga, están separadísimas, tan bajas como nunca.
Las cosas no cambian cuando Rijkaard recupera el sentido común y regresa a su esquema tipo. No hay actitud, no hay balón, el equipo está desorientado, hecho un ovillo, entregado a los brazos de un Zaragoza que no conoce la piedad para los azulgrana. Y llega el gol. Quien canta ahora no viste de azulgrana, sino de un turquesa que conociendo su profunda superstición con los colores no volverá a lucir: Valdés. Pegado a la línea de fondo, el díscolo D'Alessandro cuelga suave el balón en paralelo a la cal. Oleguer y Thuram miran embelesados lo bonitos que son los dibujos geométricos del cuero, aparece Diego Milito y con un leve roce lo hace pasar por debajo del costillar de Valdés. No podría haber tanto más justo a la desidia del Barcelona.
Desde entonces ni reacción ni actitud. La entrada de Gudjohnsen como referente arriba aportó más de lo mismo. Más del Zaragoza dominando el encuentro, gustándose y regalándose a una afición sediente de venganza. Más del Barça enfermo, humillado y cuestionado. Más abierta que nunca la Liga si Madrid y Sevilla ganan hoy.