En una pequeña libreta, doña Julia Huaita repasa sus deudas. «900 dólares que me prestó la Mery, 500 la Evelín, otros 500 mi sobrino...» La mujer hace cuentas y se echa a llorar. Para ella, la cifra es astronómica y no sabe cómo la devolverá.
Con el dinero compró un billete de avión a España, la reserva de varios días en un hostal, una carta de invitación sellada ante notario, y un seguro de viaje. Lo necesario para que su hija Rubelita, embarazada de tres meses, pudiera viajar a Europa. Debía hacerse pasar por turista justo antes del 1 de abril, cuando entró en vigor la imposición de visa a los bolivianos.
Para disfrazar su humilde aspecto campesino aimara y su improbable deseo de recorrer un país que no se podía costear, Rubelita cambió su pollera (falda corta con enaguas, adaptada de la moda colonial del siglo XVII) por unos jeans; sus largas trenzas negras por un corte de pelo teñido de rubio y su sombrero típico de fieltro por una gorra.
Haga lo que haga, ya no podrá entrar. Las puertas del sueño europeo se cerraron, y las ilusiones de la anciana Julia, con las de miles de pasajeros, se estrellaron contra los mostradores de la compañía Lloyd Aéreo Boliviano, que sobrevendió cientos de pasajes por orden de sus directivos, jugó con las ilusiones y ansiedad de 2.700 personas, se declaró en quiebra y dejó a todos en tierra.
Durante seis días, Julia, y otras 12 personas, estuvieron en huelga de hambre en el aeropuerto de Cochabamba (en el corazón del país) frente a los counters vacíos de la aerolínea. Envueltos en mantas, desgranan sus dramáticas historias llorando. Algunos viajeros, de paso con sus maletas, observan con curiosidad la acampada y leen los carteles: «Lloyd, ladrones, queremos que nos devuelvan nuestros dineros». Ayer, los huelguistas más jóvenes se ataron, con los brazos en cruz, al logotipo de la compañía, y aguantaron cuatro horas antes de que dos se desmayaran y recibieran suero.
«Mi hija y yo teníamos un plan -prosigue Julia-. El bebé iba a tener en Europa una vida mejor. Yo vendo panes dulces en los peajes de carretera y a veces limpio urinarios. Nunca he sabido soñar nada para mí. Quería que mi hija consiguiera un buen trabajo y mi nieto sí pudiera soñar. Ahora estamos arruinadas; no sé cómo voy a devolver el dinero que me han prestado, no tengo más ganas de luchar».
Peor es la situación de doña Claudia y sus cinco hijos. Vendió su casa para pagar los casi 11.000 dólares que le costó todo el paquete y ahora no tiene dónde ir. Le cambiaron la fecha de vuelo tres veces, y el día supuestamente definitivo la trasladaron en avión a la ciudad sureña de Santa Cruz, donde la aerolínea llegó a pedir a cada uno de los pasajeros 300 dólares para los gastos de combustible, y luego 100 más para subir al avión que finalmente no pudo abordar. «Fue el colmo de la picaresca del último momento», dice el abogado Edwin Guaraya, uno de los demandantes de la aerolínea.
Los pasajeros de la Lloyd, como un ejército desesperado que tiene poco que perder, se han dividido en cuadrillas que pasan a la acción, aunque sea ilegal. Algunos bloquearon media hora las entradas al aeropuerto, otros quemaron llantas durante una manifestación y 80 de ellos entraron al asalto, la noche del martes, en la agencia de viajes Gina Europa Tours, en el centro de la ciudad, y tomaron como rehén a su dueño, a sus dos abogados y a 15 empleados.
Hasta ayer estuvieron retenidos, sin que los dos policías que se apostaron a la entrada de la agencia, movieran un dedo. «Agente, eso es un secuestro, ¿no van a intervenir?», protestaba una transeúnte. «No, señora, son órdenes al más alto nivel». Dentro, los pasajeros, que durmieron junto a los empleados, desahogaban su rabia insultando y exigiendo la devolución de sus pasajes. «¡Sinvergüenza, usted sabía que no había espacio en el avión y siguió vendiendo y engañándonos», vocifera un hombre, cuyo asiento fue vendido tres veces, al dueño de la empresa. «Mire, caballero, yo no tengo nada que ver», contesta impasible el ejecutivo, y se remite a la aerolínea, cuyos gerentes están en prisión preventiva.
En la agencia, el calor es insoportable. A un lado, hacinados, gritan los pasajeros; al otro, se exasperan los empleados, detrás de su muralla de computadoras.
Al volver a la terminal, decenas de bolivianos residentes legales en España abordan a la periodista. «¡Por favor, hable de nosotros, somos 150 residentes que necesitamos regresar, hace 17 días que esperamos!». Betty vive en España hace siete años, trabaja en los laboratorios Rovi y uno de sus hijos es madrileño. Compró su billete en la Lloyd y nadie le da una solución. La única línea que vuela a Madrid, Aerosur, tiene espacio a partir del 5 de mayo y en primera clase. Eloy, un padre de familia que trabaja en una constructora de Barcelona, regresó a Bolivia para ver a su mujer y a sus hijos. Después de la alegría, el trauma. Está a punto de perder el trabajo: «He llamado a mi empresa, pero me dicen que o aparezco ya, o me quedo en la calle» cuenta, mientras ruega a la periodista que telefonee a su jefe y le diga que le ha visto «tirado en el aeropuerto».