Domingo, 8 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6321.
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TESTIGO DIRECTO / TROKAVEC (REPUBLICA CHECA)
«¡A otra parte con ese radar!»
Los vecinos de un pueblo al sureste de Praga se han convertido en el ariete simbólico contra el escudo antimisiles de Washington / Está previsto que una de las instalaciones se construya a dos kilómetros de sus casas
CARLOS ALVARO ROLDAN. Enviado especial

Lo primero que llama la atención al cruzar a media mañana el pueblo de Trokavec, de apenas 100 habitantes y situado a 70 kilómetros al sudeste de Praga, es que no se ve a nadie en sus calles. Nada lleva a pensar que sus moradores se han convertido en el referente de la lucha ciudadana contra el radar de largo alcance que EEUU pretende construir a apenas dos kilómetros, dentro de su proyectado escudo de misiles contra hipotéticas amenazas de Irán o Corea del Norte. Los proyectiles de interceptación, sin embargo, serán instalados en la vecina Polonia.

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La carretera acaba a las puertas de un gigantesco bosque de pinos. Una endeble verja y un cartel con fondo rojo advierten que está prohibido continuar: «Zona militar». Es allí donde se vislumbra al primer lugareño, Josef Zink, montado en un herrumbroso motocultor cuyo motor, traqueteante y de sonido desajustado, es un milagro que siga funcionando. Él es uno de los 71 votantes, de un total de 72, que han dicho no al radar estadounidense mediante un referéndum municipal no vinculante celebrado el 17 de marzo. Protegido del sol por una gorra de béisbol que un día fue roja, explica que su voto es por el «miedo a las radiaciones» que puedan emitir las futuras instalaciones de Washington.

Unos minutos más tarde, mientras con un hacha en ristre recoge ramas con una energía impensable a sus 79 años, Zink señala la claridad que se intuye a menos de un kilómetros entre los árboles. «Allí está la pradera de Kutrovská, donde construirán el radar. Hasta hace dos años, durante una jornada de puertas abiertas, no había podido pasar en mi vida», gesticula con sus dedos inusualmente gruesos y unas abultadas cejas.

Y no es raro. Por esas instalaciones militares checas ocultas entre el follaje pasaron anteriormente la URSS, la Alemania nazi e incluso el imperio austrohúngaro. Estos días trabajan en labores de medición cinco técnicos de EEUU. «Próximamente vamos a habilitar una parte para que la gente pueda recorrer algunos caminos del bosque en bicicleta», explica a EL MUNDO el mayor del cuerpo de paracaidistas Karen Kout.

Puntual a la cita, en un Skoda color verde botella de la era comunista, acude el héroe del bando del no, el alcalde independiente de Trokavec, Jan Neoral, de 65 años y ex técnico electricista retirado. Con él, un periodista japonés que no para de hacer fotos a cuanto se mueve, incluidos los presentes. «¡Uf! Estoy agotado de recibir a tantos periodistas. Al menos me he enterado de cómo se dice alcalde en japonés», dice sonriendo en un oxidado alemán, como él mismo admite, con barba de tres días, grueso bigote, camisa y vaqueros. Todo ello con una especie de corbata de cow-boy tocada con una figura de bisonte metálica.

Trasladados a su despacho, bajo dos grandes banderas de la República Checa y de la UE, admite que el referéndum fue una «llamada de atención simbólica a nuestro Gobierno», al tiempo que confiesa que su pueblo está preocupado por su salud y «tiene miedo a la radiación que puede emitir un radar tan grande». De los 100 vecinos, un tercio está jubilado, otro tanto trabaja en fábricas de la cercana ciudad de Pilsen y el resto se dedica a labores del campo. «Tenemos 10 niños», subraya.

«En los alrededores de un radar que hay en Azeirbaiyán, con la mitad de potencia, se han multiplicado por nueve los casos de leucemia», afirma. «Irán y Corea del Norte sólo son una excusa: salvo el Reino Unido, casi todos los países dicen que no es necesario. Sin radar no habría tanto peligro de terrorismo, con él se multiplicaría», sentencia el alcalde, aclarando que la idea no partió de él, sino de gente del pueblo, y que el Gobierno de Praga -una coalición de conservadores, democristianos y verdes- tendrá complicado aprobar el radar en el Parlamento a comienzos de 2008, porque no tiene mayoría.

«EEUU ha dicho que no va a dar dinero, no entiendo entonces la insistencia de nuestros gobernantes», se pregunta el alcalde, recordando que en febrero se reunió con el ministro de Exteriores, Karen Schwarzenberg. Éste le aseguró que el radar emitiría tanta radiación como un hospital. «Estoy harto de mentiras», remata.

Poco después, en un paseo por el pueblo, Neoral saluda a una señora de 90 años que curiosea por una ventana. «¡Yo ya soy vieja, pero a otra parte con ese radar!», asegura. A esas horas, se ve un poco más de animación: pasan tres tractores por una calle y una mujer da de comer a su cerdo. «Aquí hay un tractor por cada tres habitantes», explica el edil.

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