Domingo, 8 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6321.
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 OPINION
Editorial
DEL SABADO ROJO AL FIN DEL CONSENSO

El Sábado Santo de 1977, la voz sofocada de Alejo García anunciaba en Radio Nacional la legalización del PCE. Millones de españoles contuvieron en ese momento la respiración, temerosos de que ése pudiera ser el detonante de un golpe militar o una baza para los partidarios de la involución. No fue así. Suárez jugó con audacia sus cartas, preparando el terreno para la noticia y amortiguando su impacto al anunciarla en plenas vacaciones.

Aquélla no era una decisión sencilla. El franquismo se había construido en gran medida en torno al rechazo al comunismo, al que acusaba de haber aprovechado el caos de la Guerra Civil para lanzarse a la revolución soviética. El PCE, por su parte, había asumido desde el inicio un liderazgo incontestado dentro de la oposición al régimen. Era el Partido con mayúsculas, el único conocido dentro y fuera de España.

Por eso su legalización era tan importante: porque suponía incorporar al consenso constituyente a la gran fuerza política antifranquista y empezar a derribar el muro que había separado a las dos Españas. Todavía hoy produce cierta incredulidad que personas en las antípodas ideológicas como Carrillo y Suárez tuvieran la valentía y la inteligencia política de entablar una negociación que a primera vista se antojaba imposible. De la mano de los buenos oficios de Teodulfo Lagunero y José Mario Armero, ambos fueron pactando cada detalle, desde el acatamiento por parte del PCE de la bandera rojigualda hasta la declaración del propio Carrillo.

Tres décadas después, el PCE es hoy un partido marginal integrado en una coalición cada vez más minoritaria. Si los generales que entonces intentaron torpedear su legalización hubieran podido ver el futuro, todo habría sido más fácil. Sin embargo, el contexto de la época era muy diferente y obligó a los protagonistas de la decisión a dejar a un lado sus diferencias ideológicas en favor de la reconciliación nacional.

Hoy las distancias programáticas entre los principales partidos son infinitamente menores que las que separaban al PCE de la UCD. Y sin embargo el clima de tensión que reina entre la clase política -avivado por proyectos como el de la Ley de Memoria Histórica- convierte en misión imposible casi cualquier acuerdo, especialmente la vuelta al consenso antiterrorista. Como bien ha apuntado Martín Villa, se echa de menos la «complicidad» de políticos como Carrillo y Suárez, que supieron «encontrarse en lo fundamental», a pesar de sus muchas diferencias. Si ellos -que venían de mundos tan distintos- fueron capaces, ¿por qué no Rajoy y Zapatero?

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