Lunes, 9 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6322.
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Es un delito y una cobardía ceder el paso a los indignos (Epícteto)
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Silencio en Quebec
MANUEL MILIAN MESTRE

El nacionalismo establece a veces una imposición axiomática de inexorabilidad. Lo cubre todo y todo lo justifica si favorece a su causa. En el nacionalismo cabe asimismo la insinceridad.El silencio no pocas veces se torna la expresión de su impotencia o de su fracaso. Es un modo implícito de no querer aceptar las cosas. El 26 de marzo Quebec rechazó en las urnas las pretensiones separatistas del Partido Quebequés, que soñaba una vez más -hubiere sido la tercera, tras los referéndum fallidos de 1980 y 1995- en la convocatoria para un referéndum de independencia. André Boisclair, su líder, ha conocido el sinsabor más amargo tras la euforia de 1967 cuando De Gaulle clamó, en un delirio de impolítica, «Vive le Quebec libre». Fue el inicio de su decadencia económica, de su frustración, de su derrota por la competencia de la vecina provincia de Ontario, cuya capital Toronto ha desbordado con creces a Montreal. Los capitales son cobardes, huyen de los escenarios de inseguridad, aquéllos en que cualquier cosa es posible si los humos de ciertos políticos iluminados se suben a la parra.El nacionalismo es bueno como signo de identidad, o como expresión de una cultura. Por lo común, el nacionalismo como proyecto político exclusivo puede afectar gravemente la economía y el progreso de un país con un Estado fuerte o inteligente, que es exactamente lo que le ha sucedido al Quebec. El gobierno federal de Ottawa tomó nota de las realidades quebequenses y optó por potenciar a su vecina Toronto, ciudad que ha cobrado características semejantes a New York en el mundo de los negocios. El contraste entre Montreal y Toronto es escandalosamente expresivo, como he podido constatar en mis últimos viajes. Todo un modelo de saber aprovecharse en el caso del segundo, y una evidencia de cómo la infiabilidad de una política sospechosamente ambigua o exageradamente nacionalista puede abocar al fracaso. Ese mismo fracaso que el partido Acción Democrática de Quebec (ADQ) que lidera Mario Dumont ha sabido rentabilizar con una votación sorprendente: pasó de 5 a 41 escaños, una escasísima diferencia con el Partido Liberal (48 escaños).La clave paradójica: que el ADQ, en lugar de independencia, postula un alto grado de autonomía y mayor participación del presupuesto canadiense. Es decir, Quebec ha descubierto a Catalunya.

La paradoja no deja de sorprendernos, precisamente cuando Catalunya y Jordi Pujol cifran en Quebec su modelo. Hasta allí peregrinaron en tropel cantidad de políticos y de intelectuales y académicos: ver, estudiar, copiar se decía. A tanta paradoja sólo le ha cabido el silencio de los vergonzosos. ¿Por qué se callan ahora quienes han sufrido un revés en su modelo? Si la inteligencia es la norma, habrán constatado las consecuencias de la desinversión y del estancamiento de Quebec. A mí nunca me inquietó la Catalunya nacionalista, entre otras razones, porque en buena parte es causa de la estulticia de un gobierno central que no entendió jamás que la discriminación presupuestaria es causa de peores males.Engordar la vaca en Catalunya será, en cambio, un bien general y una rebaja de tensiones. ¿Tan difícil es de entender? El nacionalismo catalán, históricamente justificado, debería impedir los efectos de un idealismo germánico. La desmesura es fuente de males.La inteligencia en política es un bien cuidar del prado a la vez que incrementamos la cabaña. Es decir, más dinero presupuestario y mayores rentabilidades económico-sociales. Lo contrario de la decadencia. Y me temo que en eso estamos; de ahí que el silencio actual, además de insincero, puede ser resultado de la duda o del temor a la frustración. Habría que haber hablado más del Quebec.

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