Lunes, 9 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6322.
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Ejes políticos catalanes
CiU ya está convencida de que el tripartito no se romperá. La única manera de recuperar el poder es impedir que sume mayoría absoluta. Pero no lo podrá hacer sola. Por el camino debe decidir si compite con Esquerra en nacionalismo u ofrece una alternativa conservadora al electorado.
FÉLIX MARTINEZ

Finalmente la que hace poco más de tres años era la fuerza política hegemónica en Cataluña, la hoy federación nacionalista CiU, ha empezado a hacer un análisis más acertado de la realidad política catalana tras la desaparición de la vida pública de Jordi Pujol de la vida pública. Ayer, el propio jefe de la oposición y presidente de CiU, Artur Mas, admitía, muy a su pesar, que el tripartito que hoy gobierna la Generalitat difícilmente se romperá, porque los lazos que unen a los tres partidos que lo componen, el PSC, Esquerra Republicana e Inciativa per Catalunya Verds-Esquerra Unida i Alternativa, son evidentes y tienen poco que ver con sus programas electorales, sino porque el panorama político ha cambiado y sólo los tres juntos pueden gobernar manteniendo a CiU en la oposición a pesar de que tenga más diputados e incluso más votos que la coalición gobernante.

Que el análisis de la situación de Mas sea más o menos acertado, sin embargo, no garantiza que las medidas que vaya a adoptar para intentar recuperar el poder sean también correctas. El presidente de CiU aseguraba también ayer que la consolidación del tripartito como un solo bloque perjudicará a Esquerra, algunos de cuyos dirigentes críticos ya han expresado su profunda preocupación porque el partido se está diluyendo en un Ejecutivo en el que un PSC menos nacionalista que el de Pasqual Maragall es quien realmente toma las grandes decisiones y a los republicanos les queda poco más que el papel de lavarle la cara al Govern con sus políticas demagógicamente independentistas que al final suelen quedar en nada.

Pero Mas hace un análisis más propio de los años 80 o de los 90, una época en la que CiU era el verdadero pal de paller de la política catalana y en la que el único peligro era el PSC.Todos los demás partidos quedaban limitados al papel de simples comparsas. Y es que, entonces, CiU era mucho más que un partido, era un movimiento de construcción nacional acaudillado por un Jordi Pujol capaz de llegar al poder sin renunciar a su condición de agitador. Sus cualidades políticas son difícilmente cuantifiables, pero una de las más significativas era la de administrar en qué momento debía sacar del armario al activista que desde 1942 se dedicó a la reconstrucción de Cataluña. El resto del tiempo ejercía de estadista responsable y, en ocasiones, el único político responsable de los que ejercían en España.

Pero como señala el otro líder de CiU, el secretario general de la federación y presidente del comité de gobierno de Unió Democràtica, Josep Antoni Duran Lleida, Pujol es una anomalía política. Una personalidad tan arrolladora capaz de organizar primero un movimiento político transversal en el que cabían desde socialdemócratas de estilo del norte de Europa hasta democristianos católicos, luego una federación de partidos en la que sólo su arbitraje podía evitar la escisión. Durante el siglo XX, pocas personalidades han logrado lo mismo: Charles De Gaulle, Juan Domingo Perón u Omar Torrijos. Pero son ejemplos poco válidos, salvo en el caso de De Gaulle. La cuestión es que todos ellos eran caudillos capaces de amalgamar a la mayoría de las tendencias políticas, con la excepción de los marxistas.

En todos los casos, las fuerzas políticas que se construyeron a su alrededor acabaron sucumbiendo a la desaparición de sus líderes. La España de la Transición también generó un político capaz de lograr grandes consensos, desde la legalización del Partido Comunista, a la Constitución, con el génesis del Estado de las autonomías: Adolfo Suárez. A diferencia de Pujol, Suárez procedía del franquismo, era plenamente consciente de que estaba llamado a reformar el sistema y a cambiar de régimen, pero no necesariamente a gobernar. Sin embargo, logró una débil victoria en las primeras elecciones democráticas posteriores a la aprobación de la Constitución. Lo que sí fue capaz de hacer Suárez fue aglutinar a la derecha protodemocrática e incluso a algunos reformistas con veleidades socialdemócratas. La Unión de Centro Democrático (UCD) nunca fue realmente un partido. En realidad aglutinaba a todos aquellos que no cabían en los partidos que habían sobrevivido a la clandestinidad como el PSOE de Felipe González -que recién había renunciado a su condición de partido marxista-leninista-, llamado a gobernar tras las reformas de Suárez, o el PCE, en el caso de la izquierda, o en la Fuerza Nueva de Carlos Arias Navarro, franquista confeso y contrario a la constitución, o la Alianza Popular de Manuel Fraga, la cara más moderada de la derecha que había apoyado el franquismo, pero que creía que había llegado el momento de que España ingresara en la Europa occidental.

UCD se rompió en pedazos con los problemas de liderazgo de Suárez, AP era poco más que una fuerza minoritaria y Fuerza Nueva desapareció del arco parlamentario. La atomización de la derecha española benefició tanto al PSOE como al nacionalismo moderado de Pujol, que ofrecía un modelo cohesionado, frente al maremágnum de los conservadores españoles.

Los resultados electorales de 1982 permitieron a Fraga convertirse en el líder de la derecha con un Suárez vivo y con su propia marca política, el CDS, pero otorgaron al PSOE de Felipe González la mayoría absoluta más elevada de la historia de la democracia con 202 diputados.

Ahora CiU tiene que elegir. Entre el modelo de Mas, profundamente nacionalista, aunque ultraliberal en lo económico y en lo social, que competirá con Esquerra como soberanista radical, y el de Duran, sorprendentemente más próximo al de Pujol, más moderado en su nacionalismo y con un modelo económico y social socialcristiano.La fuerza derrotada desaparecerá como aquel CDS de Suárez, cuando Alianza Popular se refundó en el PP y, bajo el mandato de José María Aznar, unió a los reformistas de Suárez con los neofranquistas de Fraga. El futuro de Esquerra es igualmente complejo. Su nacionalismo radical carece de modelo político, económico o social. Lo único que le une al tripartito es su competencia con CiU. Y, si Pujol fue una anomalía, ¿no lo es un partido nacionalista de izquierdas en Europa? Las revoluciones en la Europa del Este han sido capitaneadas por prooccidentales nacionalistas que se rebelaban contra los neocomunistas. De hecho, quien ahora condiciona parte de la política de Esquerra desde dentro es Joan Carretero, furibundo independentista ultraconservador, más próximo al carlismo que a la socialdemocracia que defiende ERC.

felix.martinez@elmundo.es

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