CARLOS BOYERO
Cada año percibo menos ritos de pompa y circunstancias en semana tan ancestralmente piadosa. También constato el decaído protagonismo de esos tenebrosos encapuchados que amueblaban las pesadillas de mi infancia cuando aún no sabía nada del Ku Klux Klan. No escucho tambores ni me empapa el aroma de las procesiones. Por si acaso, enciendo lo mínimo la tele, ya que este país legítima y aparentemente laico siente que debe seguir pagando histórico y abusivo vasallaje al universo de las sotanas, los alzacuellos y la salvación eterna. Tampoco me asomo al porno de los viernes ante el justificado temor de que lo hayan quitado por atávico respeto a la penitencia de sus espectadores católicos en esta santificada noche.
En el telediario del domingo hablan de nuevas y triunfantes sectas entre las comunidades latinoamericanas. Una se llama El Anticristo y pretende despojarse de los viejos y siniestros elementos que hacían de los satanistas los insustituibles protagonistas del cine de terror. Alardean de llevar tatuada la marca de la Bestia y cuentan que es falsa y manipuladora la terrible imagen y las perversas intenciones que la Iglesia y las leyendas han adjudicado siempre al Angel Caído. La otra secta tiene un título tan escasamente realista como Pare de Sufrir y ofrece, como no, «todo tipo de curas milagrosas a través de la fe». Y sale una feliz convertida asegurando que ella padecía intolerablemente de soledad, angustia y depresión y que ha sido curada de esos demonios gracias al milagro. A cambio, los feligreses deben ser fieles a algo tan terrenal como El Diezmo, o sea, soltarle a la Orden la décima parte de su sueldo y de lo que poseen. Qué curioso el que ninguna religión prescinda del vil metal entre las obligaciones de la parroquia.
Siguiendo con las puñeteras sectas también nos cuentan que ETA ha concedido una entrevista a sus publicistas en la que hablan de los ataques, opresión, negación y partición que sufre Euskal Herria. Y te preguntas ante sus tragicómicas certidumbres si la militante alucinación de estos gudaris se debe a que van puestos todo el día, a que los monstruos acaban siendo reales para los paranoicos del frenopático ideologizado, o a un exceso de cinismo. Son personajes de cómic truculento y cutre. El problema es que existen, amenazan y matan.
No hay forma de librarse de las noticias de sectas en los informativos. Ahora aparece el jefe de una de las más poderosas, de nombre Benedicto, haciendo algo tan obvio y facilón como condenar las guerras. Sin embargo, ese señor tan pacifista se cuida mogollón de condenar la legalizada pena de muerte que aplican tantos civilizados estados. A propósito de no sé qué aniversario de la Ley del Divorcio escucho a otro del gremio curil en una tele en blanco y negro: «Cristo se muestra resueltamente antidivorcista». Que sepamos, ni Cristo ni su intérprete se casaron. Qué manía la de los castos solitarios en ofrecer sabiduría sobre los problemas de las parejas.
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