Lunes, 9 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6322.
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 CULTURA
LAS AFUERAS
'Me odiaría cada mañana'
JUAN BONILLA

Ring Lardner Jr. fue uno de los Diez magníficos de Hollywood que pasaron a integrar la lista negra por negarse a responder a la Comisión de Actividades Antiamericanas que pretendía sacar a la luz la filiación comunista -y por lo tanto antipatriótica, según ellos- de algunos guionistas, directores y productores del cine norteamericano. Pertenecer a ese grupo que se negó a claudicar ante la inquisición gubernamental le averió una carrera fantástica que había obtenido ya un pronto éxito con la película La mujer del año, por la que obtuvo un Oscar al mejor guión.

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Al ser el único superviviente de aquellos 10 -entre los que estaba alguien tan fascinante como Dalton Trumbo- Ring Larder Jr. se decidió a contar su experiencia, pero el capítulo de la caza de brujas no es más que un banderín para reconocer al primer vistazo al personaje: el libro es algo más que un recuento de su experiencia en las sombras a las que le condenaron por no querer ceder ante las autoridades americanas, por negarse a dar chivatazos que perjudicaran a sus compañeros, por escudarse en la libertad de expresión -que también incluye la libertad de no expresar nada que a uno no le convenga expresar-.

Ring Lardner Jr. era hijo del gran humorista del mismo nombre -el que dijo que ser humorista era la cosa más seria que uno podía hacer, gran escritor de cuentos, viñetas y piezas periodísticas, tan despreocupado por la suerte que corrieran sus escritos que no los recopiló en libro hasta que Scott Fitzgerald le buscó un editor-. El padre de Ring Lardner Jr. era también un afamado comentarista deportivo: un auténtico todoterreno capacitado para dejar en un par de páginas una conmovedora y divertida escena doméstica lo mismo que para recrear un gran combate. A él le dedica su hijo algunas de las páginas mejores del volumen Me odiaría cada mañana (editado por Barataria), que lleva el subtítulo de El Hollywood de la caza de brujas, un subtítulo engañoso porque el libro no está dedicado en exclusiva a esa etapa de su vida.

Lardner, como digo, fue un exitoso guionista bien temprano, pero le tocó en suerte una época en la que el tamaño del nombre del director en los carteles multiplicaba por 50 al nombre del guionista. A lo largo del libro se queja, naturalmente, del trato que se concede a los guionistas -famosa anécdota cuando Otto Preminger le dice al director de un festival al que lo han invitado que él sólo viaja si dejan que lo acompañe su escritor-, pero sabe dibujar en el mundillo de los escritores de Hollywood una variopinta fauna que es de lo más memorable del libro.

Una vez que la Comisión de Actividades Antiamericanas lo condena, después de pasar casi un año en la cárcel, Hollywood le da, como a los demás condenados, la espalda y tiene que buscarse la vida con trabajos menores. Dalton Trumbo también padeció aquel acoso, y no deja de ser maravilloso cómo se las arreglaron estos escritores para seguir ganando premios escondidos en pseudónimos o utilizando a fantasmas a los que cedían el privilegio de firmar sus historias.

Es fama que Trumbo ganó un Oscar con pseudónimo por su película El bravo -sobre un toro al que indultaban en México-. Cuando se anunció el nombre del ganador, el productor de la película se vio obligado a subir a recoger el galardón y a decir que el guionista no había podido acudir a la gala, aunque era un joven que iba a dar mucho que hablar. Días después se revelaba la verdad: la historia era un original de Trumbo, que por aquella época vivía exiliado en México y al que había impresionado una corrida en la que el torero pedía el indulto para el toro.

Éstas y otras anécdotas similares se recogen en el delicioso volumen de Ring Lardner Jr., cuyo título procede de su declaración ante la Comisión que lo haría integrar la legendaria lista negra de los enemigos de Norteamérica. Cuando le preguntan «¿Es o ha sido miembro del partido Comunista Americano?», Lardner contesta: «Podría responder a eso, pero si lo hiciera me odiaría cada mañana». Sobre el comunismo, Lardner no se muestra muy convincente: por una parte asegura que estaba convencido que el experimento Stalin no podría darse nunca en los Estados Unidos, por su tradición democrática, pero por otra tarda demasiado en darse cuenta de lo sanguinario del personaje.

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