ORFEO SUAREZ
Después de doblar la rodilla en las peores estaciones de un largo y penoso via crucis, el Madrid sintió como propio el Domingo de Resurrección. El equipo de Fabio Capello, irreverente para la ortodoxia y la historiografía de Chamartín, tiene a tiro una Liga marcada por la mediocridad, pero una Liga al fin y al cabo. A dos puntos del Barcelona y uno del Sevilla, va a ser interesante comprobar el efecto que el aliento blanco provoca en sus rivales, en especial sobre el conjunto de Frank Rijkaard, que ya ha dado suficientes muestras de nerviosismo esta temporada.
Al Barça le sobra fútbol para caminar hacia el título sin mirar atrás, pero las dudas de su entrenador, que volvió a hacer un mal planteamiento en La Romareda, y los problemas del vestuario pueden resultar fatales cuando la situación reclame la máxima cohesión. Al Madrid le ocurre lo contrario. Le falta juego para ser un aspirante decente, pero ya ha pasado lo peor y ahora se encuentra en una situación que ni siquiera esperaba, bien colocado a la espera de esa Liga del miedo que se va a disputar en las nueve jornadas que restan.
Empezó mejor y acabó mejor el Madrid, con goles de Raúl y Robinho, aunque sin la continuidad necesaria en el juego, algo que se antoja utópico en la actualidad. Raúl, en la mediapunta por la ausencia de Guti, volvió a la posición que mejor optimiza sus cualidades, el remate en movimiento, en llegada. De esa forma cabeceó en los primeros minutos ante Osasuna y de esa forma marcó.
Ausente de la selección, como buena parte de sus compañeros en un equipo que cotiza a la baja en el césped internacional, es el primer señalado cuando se habla de renovación, pero también el primero en aparecer cuando los suyos lo necesitan. Al contrario que los galácticos, vive por y para el fútbol, por lo que sería interesante que el club encontrara la fórmula para que su espíritu no abandone el vestuario, para que transmita a los que llegarán, suceda lo que suceda en esta Liga, lo que debe ser el Madrid: un equipo ganador. Quizá con un pacto sobre su nuevo rol, sobre el número de partidos que puede y debe jugar.
Ese liderazgo es el que ahora necesita el Barça, tan rutilante como vulnerable, como una pieza de orfebrería. La derrota en Zaragoza reprodujo los peores síntomas de un equipo que este ejercicio mengua cuando el duelo exige quilates. No tienen que ver sólo con las veleidades de Rijkaard, empecinado en el diseño Dream Team, sino también con la actitud de sus hombres. Si no mejora, hasta el calendario más benigno puede ser una trampa.
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