El Masters de 2007 será recordado especialmente no por ser el que se llevó el estadounidense Zach Johnson, sino por el que perdió Tiger Woods. El número uno del mundo desperdició una jornada magnífica para colocarse su quinta chaqueta verde, que prácticamente la regaló.
Pese a no haber podido desplegar su mejor juego a lo largo de los cuatro días, Tiger brilló en algunas fases (llegó a ser el líder en el hoyo 2), pero entró y salió de la pelea demasiadas veces como para entonarse (ninguna vuelta por debajo del par). Ayer, alternó golpes magníficos con errores de bulto.
Johnson, un digno miembro del circuito americano, se coló de forma inesperada en la batalla definitva, que después de 50 años finalizó con un registro por encima del par (289 golpes), como Jack Burke en 1956. Dos años antes, Sam Snead había ganado así.
Pese a su excepcional golpe de salida en el hoyo 10, a Tiger se le escurrió un bogey. En ese momento, su distancia era de cuatro golpes con la cabeza. Su compañero de partido, Stuart Appelby aguantaba como podía, pero con una cara de perro que no podía con ella. A Tiger se le estaban torciendo las cosas, y mucho más tras romper su hierro contra un árbol en el camino del hoyo 11. Fue el momento clave.
El extraterrestre no tenía otra que sacar su espada de láser para meterse de nuevo en una pelea que se estaban llevando dos hoyos por delante, Zach Johnson (compañero suyo en la última Ryder Cup, y el inglés Justin Rose, uno de los mejores jugadores de Europa y asentadísimo en el circuito estadounidense.
En el 13, Tiger se la jugó como sólo los grandes de la historia del golf son capaces de hacer, así que tras un segundo golpe descomunal con el sobrevoló una ría, firmó un eagle. En el 14 se le escapó un birdie por milímetros, en el 15 se fue al agua. Lejos de hundirse, sacó petróleo y firmó el par.
A esas alturas, camino de la bandera del 16, Johnson le aventajaba en tres dos golpes y había cerrado su estupendo trabajo. Con dos hoyos por delante, el número uno estaba obligado a lograr dos birdies, una cuestión complicadísima, teniendo en cuenta que el 17 se había convertido durante los cuatro días en una auténtica trampa mortal: el hoyo más complicado del torneo.
Pero había que jugarlo con fe, que es lo que derrochó durante todo el torneo. Él era el primero en reconocer que no había estado bien los días anteriores, pero aún con esas se había agarrado al campo. Su golpe de salida en el 17 fue recto como una vela. Cuando su segundo golpe se fue al búnker, comprendió que no iba a poder ganar. En ese momento, los besos de Johnson a su mujer y a su hijo recién nacido comenzaron a ser mucho más fuertes.
Los españoles acabaron como pudieron y llegaron con la lengua fuera a la Casa Club. José María Olazábal se fue hasta los 77 golpes. En ninguno de los cuatro días se sintió con las sensaciones necesarias para meterle mano al torneo. Miguel Angel Jiménez tampoco se sintió cómodo nunca. Firmó un golpe menos que el vasco en la última jornada, para acabar con la misma tarjeta global.