Picasso le dedicó en su día cálidos elogios a La Chunga. Hasta ahí todo normal, tratándose de alguien que arrancaba palmas en los auditorios con más caché del planeta, de París a Nueva York, pasando por Sydney. Lo curioso es que los piropos del maestro no se derramaron alrededor del tablao, donde Micaela Flores Amaya (Marsella, 1938) siempre centelleó como una luciérnaga gitana, sino sobre un espacio de creación insólito y sorprendente: los dibujos y paisajes de la bailaora. A ella el genio malagueño le dijo, como si quisiera hermanar pinceles, que le gustaban los colores y la profusión de caras que era capaz de conseguir. El Corral de la Morería (Morería, 17) permite ahora participar del gesto amable de uno y del talento de otra con una muestra/balance de la más reciente obra pictórica de la artista.
Se trata de alrededor de 20 cuadros de mediano formato y marcado acento flamenco. Tanto es así, que parecen diapositivas de cualquier actuación de la propia Chunga: todos los personajes retratados tienen su cara y/o la de su hija Pilar (gitanas de oblicuos ojos grandes, raya en el negro pelo y hasta un caracolillo rebelde); todas las escenas están concebidas con la plástica de lo jondo y lo arquetípicamente andaluz. Así, predominan los episodios de taconeo, lunares saltones y bata de cola en revolución, con el conveniente ajuar de la silla de enea, la maceta, el farol, el mosaico de azulejos, el enrejado...
«Es una exposición superflamenca, auténtica 100%. Más original no puede ser», señaló en la presentación Juan Manuel del Rey, director de El Corral de la Morería y ahijado de Micaela. Claro que también hay otras piezas más singulares, caso del belén caló y un autorretrato de espaldas y con mantilla juguetona, quizás la más divertida de todas las creaciones expuestas.
Junto a la mezcla de colores a la que se rindió el autor del Guernica, testimonio de alegría de vivir, el primer golpe de vista detecta el trazo naïf, casi precolombino, de las creaciones. Ahí asoma una mano autodidacta. Se diría, incluso, que parece obra de un niño, con algún sol en las esquinas superiores y poco respeto al plano.
Sensaciones
De ahí las palabras de Blanca del Rey, amiga, también bailaora, madre del director de la sala y viuda del fundador de la misma. «Ver la pintura de La Chunga me produce lo que muchas pinturas de grandes nombres no me producen. Hoy en día todo es marketing y firma cotizable, cosas que anulan una obra. Ella me hace sentir la verdad y la autenticidad de las cosas. Cuando pinta seguro que está soñando y no pensando en cuánto se va a cotizar el cuadro».
Asistía prácticamente en silencio («ya sabéis que lo mío no es hablar») la propia protagonista. «Cuando me aburro un poco en casa me pongo a pintar», reveló La Chunga, con la misma naturalidad que vuelca en sus telas, a la pregunta de en qué momentos atrapa la inspiración y se sube al caballete. Interrogada por su favoritos, no tuvo dudas: «Picasso y Miró. Reflejan el baile, la alegra y la tristeza, todo envuelto».
La Chunga estuvo cerca de intelectuales (Rafael Alberti, León Felipe, Joan Miró, Camilo José Cela) y de celebrities (de la mano de Ava Gardner hizo dos películas en Hollywood). Luego se puso frente a un lienzo. Ha conseguido entrar en galerías como Maxim's (Francia) y Parks Galleri (Noruega). En El Corral de la Morería, un museo del flamenco capitalino que cumple 50 años, la bailaora vuelve a dejar su sello.
La Chunga. Hasta el 20 de abril, en El Corral de la Morería (Morería, 17).