La euforia moderada de Sarkozy tiene que someterse a un par de contratiempos. El primero consiste en que las encuestas de opinión han demostrado una técnica de aproximación electoral bastante fallida en Francia. De otro modo, Chirac no habría ganado a Balladur (1995) ni Le Pen hubiera destronado a Jospin en 2002.

La segunda razón está relacionada con otro sondeo publicado ayer entre las páginas del diario Le Parisien. Resulta que el 42% de los franceses todavía no ha decidido el destino de su papeleta.

Para contrarrestar tales eventualidades, el gabinete de Sarkozy utiliza los respectivos antídotos dialécticos. Primero: puede que las encuestas no sean fiables, pero todas ellas, procedan de donde procedan, indican que el ex ministro del Interior conserva una posición de liderazgo, no ha sufrido vaivenes de relevancia y ha ganado terreno conforme se acerca el día D. Segundo: los votantes de Sarkozy responden a un electorado más fiel y militante, probablemente porque su programa también se atiene a una arquitectura más definida y porque predomina el voto conservador (nunca la suma de la izquierda había sido tan débil en los últimos 40 años).

Alergia y fobia política

Es verdad que el supercandidato del UMP provoca sensaciones de alergia y fobia política, pero su terreno está mucho más definido de cuanto pueda sucederle a sus perseguidores: Ségolène Royal, protagonista de una campaña bastante improvisada, y François Bayrou, cuyo mensaje de ruptura pacífica con el sistema tiene el mérito de haber resistido en la batalla bipolar, a pesar de que se le auguraba un efecto de globo sonda.

Y es que el líder del partido centrista sigue manteniendo unas expectativas electorales interesantes. La prensa le reconocía ayer un 19% de intención de voto. Suficiente para molestar las aspiraciones de Royal y confiarse al veredicto de los indecisos en la última semana.

Las dudas conciernen en mayor medida a las mujeres (49%) que a los hombres, pero sobre todo atañen a los jóvenes. Un 62% de los votantes entre los 18 y los 24 años aún no ha decidido su presidente. No se trata de un problema de desinterés ni de escepticismo ciudadano. El debate político interesa como no sucedía en los últimos 25 años y parece haberse conjurado el riesgo de la balcanización del voto. Esta vez aparecen claramente cuatro candidatos definidos -Le Pen ocupa el puesto de consolación con una proyección del 14%-, pero también llama la atención que 18 millones de franceses permanezcan en estado de incertidumbre.

El riesgo de la competencia explica que Sarkozy se haya erigido en claro orquestador de la campaña. Ha sido él quien ha puesto en juego los argumentos de la identidad y de la inmigración. También ha reabierto la polémica de la seguridad con su visión autoritaria de la policía. Incluso ahora es noticia por haber declarado que la pederastia y el suicidio tienen raíces en el mapa genético. La doctrina flirtea con el dogmatismo neocon americano y ha provocado la indignación de sus rivales, aunque Nicolas Sarkozy quiso remitirles ayer un consejo paternalista: «No es atacándome a mí la forma de progresar en las encuestas. Que estén tranquilos. Y que expliquen su programa en lugar de referirse continuamente a cuanto hago y digo». Es exactamente lo que pretende y exactamente lo que ha conseguido. Sobre todo, porque el posicionamiento de Sarkozy en el centro de la pelea mediática y en la derecha del mapa político aspira a desangrar el voto que normalmente se relaciona con los temerosos y los lepenistas.

De momento, la posible traición no preocupa al patriarca del Frente Nacional. Jean-Marie Le Pen, finalista en 2002, ya ha comenzado a imprimir los carteles para anunciarse en la segunda vuelta. Ayer, soltó en medio de una conferencia, organizada por la revista Elle, que «la masturbación puede ser el mejor método anticonceptivo» para que las féminas no caigan en embarazos no deseados. Parte del público le abucheó, a lo que Le Pen reaccionó al grito de «imbéciles».