Lunes, 9 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6322.
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Es un delito y una cobardía ceder el paso a los indignos (Epícteto)
 OPINION
BAJO EL VOLCAN
Sociedad civil
MARTIN PRIETO

La obra de Alexis de Tocqueville (1805-1859) es lectura indispensable para el lector contemporáneo. Nadie mejor que él ha sabido explicar cómo bajo las apariencias de la democracia puede ocultarse un tipo nuevo de despotismo blando pacífico, muelle, aparentemente racional, en donde los apáticos habitantes salen de su sopor consumista un instante cada cierto número de años para elegir a sus tiranos. No existe mejor alegato a favor de una democracia de ciudadanos iguales libres y responsables, conscientes de los peligros de un poder político cada vez más inquisitorial, protector y previsor que La democracia en América. En sus páginas se describe el ideal de una democracia que conjuga la igualdad y la solidaridad con la necesidad del debate, la discusión, el desorden que provoca la búsqueda permanente de la libertad. Para Tocqueville, lo más trágico es la tendencia a que los seres humanos cada vez más individualistas, inmersos en sus quehaceres diarios, renuncien ellos mismos a defender sus libertades. Alexis de Tocqueville nos ha enseñado que la libertad no puede obtenerse más que a través de la acción diaria de los ciudadanos en la vida política y social, de la constante vigilancia y control de la acción de un Estado que se pretende eterno vigilante y protector, omnisciente y paternal y que considera a sus súbditos en una eterna infancia. De la presentación del libro de Alexis de Tocqueville Libertad, igualdad y despotismo que acaba de editar FAES, tanque de pensamiento del Partido Popular.

Todo lo anterior viene como un guante al espíritu de Ermua, camino del espiritismo, o a la parroquia de Entrevías, insumisa ante la santa autoridad del cardenal Rouco Varela. La campaña contra lo que Ermua representa tiene varios matices. No es el menor el desdén, o el odio, de los nacionalismos armados o desarmados hacia un próspero aluvión de gallegos, de maketos que contaminan la región (Imanol Arias es de allí). Cuando asesinaron a su joven e inocente concejal, Miguel Angel Blanco, los españoles se lanzaron espontáneamente a las calles a los gritos de «¡Basta ya!» o «¡Sin pistolas no sois nada!».

Los primeros sorprendidos fueron los partidos políticos. El tejido social se armaba autónomamente y la sociedad civil se adelantaba a la oligarquía partidaria. Txema Montero decía alarmado: «O lo desactivamos o en tres días esto es España». Y el Partido Nacionalista Vasco corrió a firmar en Estella acuerdos secretos con la banda terrorista ETA. Hoy el Partido Socialista para comprar la paz de los débiles tiene que desarticular movimientos sociales como el espíritu de Ermua. Hay que pasar página y desoír a Tocqueville, afianzándonos en esta democracia de baja intensidad.

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