Lunes, 9 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6322.
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 TOROS
MADRID
Clarinazo soberbio de Talavante
JAVIER VILLAN

Puerto de San Lorenzo / El Juli, Manzanares y Alejandro Talavante.

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Seis toros de Puerto de San Lorenzo, uno, segundo, con hierro de Ventana del Puerto. Con trapío y pitones y sin fuerzas, rozando algunos la invalidez; tercero y sexto, mansos enrazados, con más fuerza. En general manejables y el quinto, noble y encastado. El Juli: silencio (estocada) y silencio (estocada). José María Manzanares: silencio (tres pinchazos y estocada baja) y gran ovación con saludos tras aviso (tres pinchazos, estocada y descabello). Alejandro Talavante, que confirmaba alternativa: ovación tras aviso (pinchazo, pinchazo hondo atravesado y estocada) y dos orejas (estocada).

Plaza de toros de Las Ventas, lluvia intermitente, casi lleno.

MADRID.- Un manso salvó, in extremis, la tarde, la confirmación de alternativa de Alejandro Talavante y el hierro salmantino. Cuando a las ocho y diez minutos, Talavante dio el primer muletazo en toriles, pocos daban algo por el éxito de la función. Hasta esos momentos, la tarde en general, salvo algunos destellos de Manzanares y del propio Talavante, había sido más bien calamitosa.

El único que tuvo confianza en el incierto y rebrincado animal de Puerto de San Lorenzo, fue el joven matador, que había brindado al público. El toro había mostrado una inquietante y perniciosa querencia a tablas, preferentemente a las tablas de chiqueros. Y allí, en un momento trascendental de su carrera, fue a buscarlo Talavante, que lo fijó en la raya del 5 en dos tandas de derecha; el animal reculaba y huyó hacia las tablas del 6.

Ahí empezó una labor sobria, arriesgada y verdaderamente meritoria. Dándole los adentros, tapándole la huida y metiéndose en terrenos imposibles, Alejandro Talavante se hizo dueño de la situación; sin florituras, sin mimetismos ni espejos: con la verdad por delante, el sitio, quietud y valor.

Casi toda la faena discurrió por la derecha, en un tono ascendente en la misma medida en que disminuía el terreno entre toro, torero y tablas; dos series extraordinarias. La plaza hervía entre la emoción contenida y la sorpresa. Y, al matar a la primera, el talavantismo tomista se desbordó; pero que conste que en estos últimos minutos, apenas cinco o seis, Talavante fue el menos parecido a José Tomás que yo he visto.

La confirmación de alternativa revivió, pues, con parecidos sones a los del año pasado, la revelación que fue de novillero en esta misma plaza. Y si en Fallas, Talavante había dado un toque de atención, ayer dio un clarinazo que lo pone en puestos privilegiados del escalafón. Va a tener que abrir muchas Puertas Grandes esta temporada, pues el original con el que se le compara ha anunciado su retorno en cuerpo y alma; va a tener que atarse los machos incluso en el supuesto bastante verosímil de que el José Tomás recuperado no sea el genuino de las primeras temporadas.

O quizá deba hacer otra cosa más sencilla que imitar gestos y suscitar evocaciones nostálgicas: torear como toreó ayer al último de la tarde. En el toro de su alternativa, Talavante cumplió las expectativas de un público dispuesto a creer incluso lo que no ve. Fue en verdad un ceremonial de sangre, como si el rito pagano del taurobolio hubiese derramado sobre su vestido de primera comunión y oro, la sangre de 100 toros. Mediada la faena de muleta, Talavante había sufrido un desarme, algún que otro enganchón y había empezado ya a componer la imagen sagrada del ídolo en el espejo.

Ajustó los terrenos, aunque no tanto como en la faena del sexto; se metió entre los pitones y el tomismo vicario, o sea, por delegación y evocación, rugió encendido. Unas manoletinas cambiando el viaje del toro a pocos centímetros fueron la sublimación del talavantismo tomista.

Pese a la lluvia, la plaza había entrado en oración como los fieles de un rito: el decir, con más fe teológica que raciocinio. El raciocinio apasionado surgió luego en el sexto, que es creo yo el verdadero camino de Alejandro Talavante: romper algunos espejos y encontrarse a sí mismo en el abismo de un toro manso entablerado.

Esta es la historia de un Domingo de Resurrección en Las Ventas, aunque pudo haber alguna más. Mismamente, José Mari Manzanares. Pero este joven torero de noble estirpe, y elegante estilo, no parece decidido a dar el paso definitivo. Su primer toro también era manso, un poco más blando que el ya reseñado sexto y frenándose cuando veía un capote.

Manzanares, en una brega ejemplar y poderosa, se lo llevó a los medios, la autoridad de su capote no bastó para someter a un manso que derribó en la primera vara ni para convencer a Manzanares de sus posibles excelencias. Tras sacarse el toro otra vez a los medios con torerísimas dobladas, volvió a lo de siempre: pico y toreo periférico, toreo de lejanías despidiendo al toro a los dominios de la nada y el vacío. Pudo redimirse en el noble quinto que no podía con su alma, pero tenía una clase excepcional. En las actuales circunstancias de toros blandos y bondadosos, Manzanares podía haberse puesto el mundo por montera, recrear el natural sublime, el redondo divino y hacerse el amo de Las Ventas. Mas sólo una tanda con la izquierda estuvo a la altura del noble animal de Puerto de San Lorenzo: lo demás, ganga.

A Julián López no se le reconoció nada, ni siquiera cuando intentó bajar la mano. Así pasa la gloria, el carisma, el arrebato y el amor de las masas. Antes a El Juli se le jaleaba todo, ahora que, posiblemente, es mejor torero dentro de sus limitaciones, no se le perdona nada.

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