Si éste fuese un país normal, que no lo es, los debates parlamentarios serían otros bien distintos. Pero como sea que vivimos una época en la que una tontería vale más que mil palabras razonables, el desbarajuste es total. Como ejemplo reciente ahí tenemos uno de ésos pequeños tsunamis que tanto agradan a la clase política y periodística catalana. Resulta que a un quídam, en medio de una calçotada, se le ocurre hablar de autodeterminación, independencia y de otorgar la presidencia de la Generalitat al primero que le dé la razón y, hala, se abre la caja de los truenos y todo el mundo, más o menos, dice una barbaridad estupenda.
Al cabo de una semana, lógicamente, las aguas vuelven a su cauce y cada uno en su poltrona y Dios en la de todos. Pero de ese debate queda en el inconsciente colectivo, que a veces es más real que el «consciente», un concepto: la independencia.
Debido a que los juegos malabares de los políticos con las palabras los carga el diablo, les rogaría que fueran un poco más serios en el uso de determinados conceptos. Miren ustedes, servidor no cree ni ha creído jamás en la independencia de Cataluña, de España, de Europa ni tan sólo en la del ser humano.
La independencia va en contra de la biología. La especie humana no ha sido nunca independiente ni como colectivo ni como individuo.Somos animales gregarios que dependemos los unos de los otros frente a los depredadores. Mientras un potrillo se tiene en pie a los pocos instantes de nacer, los humanos somos dependientes de nuestras madres para sobrevivir. Somos débiles por naturaleza.Bien sé que ciencia y política son rara vez compatibles, así que vayamos a la segunda.
Los estados, las naciones o como quiera llamarse a lo que no es más que una sofisticación cultural de la tribu, nunca han sido independientes. Dependen los unos de los otros, siquiera para hacerse la guerra y obtener ganancias con ello, para comprar y vender, para afrontar retos planetarios Hoy, la dependencia está presente más que nunca en política. Los países pobres dependen de los ricos. Europa se une porque dependemos de esa unidad para afrontar el futuro. Las alianzas no son más que dependencia.En el terreno personal somos dependientes de nuestros afectos, deseos y odios. Dependemos de quienes nos aman y viceversa. Somos dependientes, nos guste o no. La dependencia forma parte de la condición humana. No aceptarlo es negar que nacemos animales y que nuestra obligación es convertirnos en seres racionales.
Nadie nace independiente. Se nace, y punto. Por lo que respecta a Cataluña, si mañana fuese independiente, dependeríamos del precio del Barril de Brent, el índice Nikkei, los Estados Unidos, el cambio climático o de si el president está de buen o mal humor.Seguiríamos dependiendo de alguien que nos diría qué podemos hacer y qué no.
Personalmente, me importa un higo que ese alguien esté en Madrid, Washington o Pernambuco. Da lo mismo. Es, como decía, la condición humana. Biología. Todos tenemos el mismo ADN y, al tener las mismas necesidades, nos parecemos más de lo que nos gusta.
Todos dependemos de una mano piadosa que, al morir, dé sepultura a estos cuerpos que cacarean orgullosos sin pensar, como describe Baroja hablando de un viejo reloj de campanario, que «Todas las horas hieren, la última, mata». ¿Independencia?. Que se lo cuenten a la muerte. Es la única independiente.
