En 1937, Max Beckmann tenía 53 años y era un pintor alemán conocido y reconocido, dado que los nazis descolgaron 590 obras suyas de las paredes de diversos museos alemanes.
En vísperas de la infamante exposición berlinesa sobre el Arte degenerado, en la que figuraba como una de las estrellas con 22 cuadros, el que está considerado como uno de los pintores más importantes del siglo XX huyó hacia Amsterdam con su mujer Matilde, a la que llamaba Quapi. Una fuga que el pintor esperaba que fuese una etapa hacia Francia o hacia América, pero que iba a durar 10 años y a ser productiva.
El Museo Van Gogh de Amsterdam presenta, hasta el 19 de agosto, la primera exposición consagrada a sus años de exilio. Más de 100 cuadros y dibujos que dan testimonio de la ambigüedad de los sentimientos del pintor. Por una parte, su alivio por haber escapado de la Alemania nazi y, por otra, la sensación de sentirse encerrado en los Países Bajos.
Las obras proceden de colecciones públicas y privadas, reunidas con la ayuda de la Pinacoteca Moderna de Munich, donde serán presentadas del 13 de septiembre al 16 de enero de 2008.
Se trata de una exposición poco habitual en un museo como el Van Gogh, que está consagrado a la pintura del siglo XIX y no posee ningún beckmann. Generalmente, los museos holandeses son muy pobres en clásicos modernos (Matisse, Modigliani, etcétera).
Pero «Beckmann estuvo muy influido» por el genial holandés y «buscaba la multiplicidad en la sencillez de Van Gogh y de Gauguin», explicó, el pasado jueves en la presentación de la exposición, Beatrice von Bormann, la comisaria de la muestra.
A diferencia de muchos de sus conciudadanos, Beckmann no vivía en la miseria en Amsterdam, la ciudad donde se instalaron por aquella época más de 20.000 alemanes. Gracias a sus relaciones, seguía vendiendo cuadros. Eso sí, el dolor del exilio aparece abiertamente en su obra.
«El color negro juega un papel cada vez más importante en su pintura. Tanto es así que tenía dos paletas: una para el negro y otra, para los demás colores», cuenta Von Bormann.
Beckmann pinta, durante su estancia en los Países Bajos, auténticos clichés de la vida holandesa. Desde chicas con la cofia tradicional a paisanos con zuecos, pero también autorretratos, donde aparece sumamente serio, e incluso sus escenas preferidas de la vida nocturna, como circos, cabarés o bares, con detalles elocuentes. Por ejemplo, en medio de una sesión de circo, un hombre se encarama a una enorme escalera para intentar escaparse por el tejado. O la omnipresencia de las jaulas.
También pinta una serie entera de paisajes. Y todos de memoria: La Riviera italiana, la costa mediterránea francesa e, incluso, la playa cercana de Ostende en Bélgica, inaccesible durante los años que duró la Guerra. En deinitiva, Beckmann en estado puro.