En el Domingo de Resurrección, con esto del Aberri Eguna, siempre resucita ETA. La casi muerta, la siempre viva. Un comunicado, una entrevista, un algo. La buena nueva termina siendo la mala vieja noticia de ETA, que dice esto, dice lo otro, dice algo, no dice nada. Y nos quedamos como estábamos, algo peor o mejor -al disgusto o al gusto del consumidor-, a la espera eterna de la siguiente redención. Aburre, más que aberri.
El Crucificado hace su pausa de tres días entre los muertos y, justamente al tercero, en las autopistas y en las playas, en el transistor o en la radio del coche, resucita sin corona de espinas. Este año, a los efectos, ha resucitado, según todos los indicios, en Entrevías, en la parroquia roja, porque allí han estado las cámaras, y los rojos, incluido el PCE, tienden a resucitar, de 30 en 30 años, entre el Sábado y el Domingo de Pascua. A veces, como el Otro, para nada. En Entrevías han estado las cámaras que dan fe, las cámaras que, por una vez, dan la fe de los pobres, que, por ser una fe con buenas obras, no es una fe muerta. Entre los yonquis, los inmigrantes, los que fueron presos y las madres de las rosquillas. En el animalario de los desheredados de la tierra, porque de ellos es -o eso se dijo en su día- el reino de los cielos.
En los días anteriores han procesionado los cristos sangrantes y las vírgenes llorosas, los legionarios con el pecho abierto y las misses con mantilla negra, que, por un día, se tapan casi enteras. La piedad se hace turismo, y el turismo se hace piadoso entre incienso y manzanilla. Es la Tradición que pesa lo suyo frente a la Ilustración que, en España, nunca termina de pasar el listón que separa el culto a la muerte del elogio de la vida.
Y es que, por un misterio aún sin resolver, la religión católica, digan lo que digan sus portavoces oficiales, dedica un día corto a la celebración de la Resurrección y la vida y seis días muy largos al dolor, a los azotes, al ayuno, a los puñales, a las lágrimas de sangre y a las espinas. Seis días de negro frente a una mañana de blanco, luz y flores. Y, en esa mañana, para colmo de males, es cuando se empiezan a contar ahora los muertos definitivos de la carretera. Otra rara inversión de la Resurrección.
Ya son más de 100, a la hora de cerrar esta crónica. Cien muertos, arriba o abajo, en la cruz de los cruces de caminos, en la cruz del asfalto y la chatarra. Es la espinita honda de un domingo que, después de varios días, ya no muestra la corona de espinas del Cristo.
El tema preocupa, desde luego. Preocupa con la vigencia de un clásico, con las estadísticas siempre a punto para comparar y con la crítica afilada por si se le puede dar una lanzada en el costado al responsable de esta otra procesión, del ir y venir en fila de los nazarenos laicos de la carretera. Pero preocupa hasta cierto punto. El terrorismo, el paro, la vivienda y la sanidad salen mucho en las encuestas. ¿Y los 100 muertos? Si celebramos tanto la muerte...