FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
Mandan los etarras en la vida política española, y lo demuestran tomando la iniciativa en todo momento y lugar, con atentados o comunicados, que en ellos son la misma cosa; mandan hablando, es decir, amenazando cuando les conviene, matando si se tercia, preparándose a conciencia para matar a mansalva, llevando del ronzal a este Gobierno de España que no es una cosa ni la otra.
Mandan más que nunca los etarras, vaya que sí, y con ellos los separatistas vascos y catalanes, y tras ellos los socialistas y comunistas, cuya diferencia es prácticamente inexistente, en lo exterior y en lo interior. Mirando atrás, con ira o con nostalgia, es imposible encontrar otro momento en la vida de la democracia española en que la banda separatista vasca haya tenido a toda la clase política, periodística y judicial tan sometida a su arbitrio, tan propensa a admitir su tiranía. Ni cuando los etarras eran capaces de asesinar a más de 100 personas al año, en tiempos de UCD, cabe recordar una situación tan vergonzosa como la actual. Porque, en aquel entonces, el Estado salido de la dictadura era un armatoste polvoriento, sin medios ni preparación suficiente para hacer frente a un terrorismo moderno, implacable y capaz de aprovechar todas las debilidades del Estado de Derecho, sobre todo interpretado por unos jueces y unas leyes que ni habían hecho la Transición ni se atrevían a intentarla.
Pero ni en los peores tiempos de Suárez podía pensar nadie, amigo o enemigo, que el Gobierno en pleno, con su presidente a la cabeza, no hacía todo lo que estaba en su mano para luchar contra ETA, en todas sus ramas y variantes criminales. Se podía tener más o menos éxito en la lucha antiterrorista, se podía acertar o equivocarse en una determinada estrategia, pero de lo que no cabía dudar era de la voluntad del Gobierno de aniquilar a los terroristas, y que si el Gobierno y el Estado parecían estar a la defensiva -que fue realmente la situación hasta 1981- era porque aún no habían sido capaces de darle la vuelta y pasar a la ofensiva. Pero ésa era su voluntad y su móvil de actuación esencial.
En tiempos de González se intentó casi todo, excepto lo único que, ya en tiempos de Aznar, se demostró que funciona: una implacable lucha legal, policial y judicial a todos los niveles, en el País Vasco, en toda España y en el extranjero, una leal concertación de esfuerzos desde el Parlamento hasta el último guardia civil, una puesta en marcha real de todos los recursos de fuerza del Estado, que pueden ser casi ilimitados, y de todas las posibilidades del Derecho, que pueden ser casi infinitas, para un único fin: destruir la banda asesina.
Zapatero ha hecho justamente lo contrario: ha deshecho todo lo conseguido y se ha puesto a negociar de igual a igual con la ETA. El resultado es que la banda manda más que nunca. Hasta le deja mandar un poco a Zapatero.
|