RAUL DEL POZO
Si asistimos a una comedia o a un mitin político, sabemos que en el escenario hay hombres que interpretan. Los unos repiten las palabras de Lope o de Valle Inclán, los otros recitan e interpretan, esperando el piloto rojo del telediario, lo que han decidido guionistas, sociólogos y asesores de imagen. Hay que insistir en que la política es una rama más de la sociedad del espectáculo, un espacio de la televisión. Dicen los maestros de actores que hay que tener cuidado con los gestos grandes, a los que se les llama, de forma peyorativa, gestos teatrales. «Un gesto grande» -escribe Miguel Angel Conejero- «es grande, no exagerado». Hiperbolizar, hinchar y desorbitar pueden ser útiles a los cómicos malos, pero resultan letales en el discurso político.
La derecha española ha conseguido armar y sistematizar un gran partido democrático, a pesar de lo que digan los que quieren ahorcarlo con su bolsón. La dirige Mariano Rajoy, que soñó una derecha de seda, dialogante y centrista, sin aspavientos ni puñales godos. Pero a Mariano no le gusta el guionista del principio del milenio. No ve en el actual Gobierno sino calamidades, y sus barones tratan a los dirigentes del Ejecutivo como a chuflas con los ojos vendados. Se han creído el esperpento que les han escrito. Vuelven al callejón del Gato, describen la corte de los milagros, salen cada día en los telediarios anunciando tribulaciones, dicen que esto va muy mal, pero que puede empeorar. Abusan de los gestos grandes y nunca se proponen ser simpáticos.
Con un discurso dogmático e imperativo, nos anuncian días siniestros que amargan las digestiones a sus seguidores, dados ya de por sí al pesimismo, que es el pozo donde sacia la sed el reaccionario.
Si la derecha fuera como la describe el PSOE y la situación de España como la narra el PP, hace tiempo que yo me hubiera marchado a Lisboa o a Roma. Cuando alguien se toma la política con esos tintes trágicos, sin ninguna clase de humorismo, la gente empieza a temerles. Eso es el estilo de los predicadores, y sólo en cuaresma. No sé cómo Mariano Rajoy no se ha dado cuenta aún de que imputar catástrofes a los acontecimientos venideros suele ser producto de la propia neurosis y de que hay que practicar el humor, que es el zotal de la cosa pública.
Noé, antes de darse a la bebida, tuvo una temporada fóbica y previó el diluvio universal. Cansado de predicar la hecatombe sin que nadie le hiciera caso, cambió de estrategia. Se vistió con ropas de luto y cuando los viandantes se interesaban por el familiar fallecido, contestó: «Vosotros sois los muertos». La gente, en tono burlesco, le preguntaba: «¿Cuándo?» Y él decía: Mañana». Ésa es la manera que tienen algunos dirigentes del PP de anunciar el chubasco y la fatalidad que nos amenaza.
Así no van a ganar las elecciones, porque a nadie le gusta un tabernero triste, ni un político catastrofista.
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