Miércoles, 11 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6324.
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 CULTURA
García Hortelano, sal y pimienta de la Generación de los 50
Lumen reedita la obra del novelista y poeta madrileño, reivindicado por su lucidez 15 años después de su muerte
ANGEL VIVAS

MADRID.- Cuenta Antonio Martínez Sarrión que, cuando murió Juan García Hortelano, Juan Benet (el frío, el antisentimental Benet) lloraba a lágrima viva, solo, en el aeropuerto de Barajas, la desaparición de su amigo. Por aquellos días, Carmen Martín Gaite se refería también a lo incomprensible de aquella muerte, al vacío que dejaba un ser humano como aquél. De un modo u otro, todos los que le trataron se hacían lenguas de la bondad, la inteligencia, la cordialidad y la capacidad para la amistad y la conversación de Juan García Hortelano.

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El autor, de cuya muerte se cumplen ya 15 años, fue un miembro paradigmático de su generación, la de los años 50, también llamada «de los niños de la guerra». Quiere decirse que fue, como todos ellos (Juan Benet, Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Luis Martín Santos...), un excelente escritor. Las etiquetas un tanto despectivas que alguna vez se les aplicaron fueron pulverizadas por ellos mismos con cada nuevo libro. En el caso de García Hortelano, con algunos tan brillantes y complejos como Los vaqueros en el pozo o Gramática parda.

Esos y otros títulos de García Hortelano van a ser reeditados ahora por Lumen, que ya ha publicado los dos primeros: Cuentos completos y El gran momento de Mary Tribune. Todos los volúmenes llevarán prólogos de Lluís Izquierdo, a cuyo cuidado está esta Biblioteca García Hortelano. Su obra permite ver la evolución de una literatura realista y de denuncia (Nuevas amistades, Tormenta de verano), aunque nunca simple, a otra más elaborada, formalista y compleja.

Pero Juan García Hortelano fue también un conspicuo miembro de su generación en otros aspectos vitales. Fue de izquierdas (militó durante años en el Partido Comunista), trasnochador, buen bebedor, fiel del Atlético de Madrid («blanco, ni las sábanas», era una frase oída a alguna compañera de grada que le gustaba repetir) y tuvo un trabajo fijo al margen de la literatura.

En efecto, García Hortelano trabajó durante años en el Ministerio de Obras Públicas, como técnico de la Administración; su jornada se dividía, como él mismo dijo en un verso, en «mañanas de expedientes y tardes de sintagmas». Y se cuenta que, en el Ministerio, junto con Angel González, compañero de letras, copas y batallas políticas, era capaz de irrumpir en el despacho de una alta autoridad (militar, por supuesto) para solicitarle algún apoyo económico para cualesquiera obreros en huelga.

Una de sus costumbres era escandalizar a los amigos con sus particulares boutades. Como recordar lo bien que lo había pasado durante la Guerra Civil; tenía entre ocho y 10 años, y, seguramente, le ocurrió lo mismo que a aquel personaje de uno de sus cuentos, que decía: «Después de la guerra, ya no les tocaremos el culo a las mujeres ni diremos blasfemias; y tendremos que ir al colegio».

La ironía y el humor, de los que tanta gala hizo en vida, los llevó también a sus libros. No hay más que leer la maravillosa Gramática parda, o su poesía, género en el que se consideraba un segundón (aquí los colegas coetáneos eran nada menos que Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Angel González, Valente o Caballero Bonald) y quería dejarlo claro ya desde el título. Alguna vez pensó titular su segundo poemario La musa ataca de nuevo, aunque al final quedó en La incompetencia del comercio. En todo caso, del respeto que le merecían esos colegas da buena idea la antología que les dedicó, El grupo poético de los años 50.

Si su memoria dejó a sus amigos harto consuelo, sus libros van a volver a estar, felizmente, disponibles para los lectores.

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