MADRID.-
Unos lo tachan de excéntrico y otros de genio, incluso hay quienes no lo consideran más que un loco. Sea como fuere, el más acérrimo defensor del milenarismo, Fernando Arrabal, recibirá el Premio Max de Honor la noche del próximo lunes. De esta manera, rinde homenaje a un autor teatral que ha dejado para la posteridad grandes delicatessen teatrales, como Carta de amor (como un suplicio chino) o El arquitecto y el emperador de Asiria.
En una entrevista concedida a El Cultural -la revista que se entrega con El Mundo los jueves-, el escritor afirma que «el teatro del actual renacimiento es catastrófico, confuso y genial como las conjeturas de Schopenhauer». La relación de Arrabal con las artes escénicas es como muchas de sus respuestas, ambivalente.
Del mismo modo en que hoy se reconoce su incuestionable aportación al género, antaño fue un autor perseguido, algo que Arrabal se toma con filosofía: «Quien mucho desprecia ignora lo que aprecia», afirma contudente refiriéndose a aquellos que desdeñaron su trabajo, «como si la teoría de motivos no existiera sin Wittgenstein o como si necesitáramos pelar cebollas para llorar», añade.
Pero el dramaturgo no habla únicamente de su trabajo, sino que también se desliza por temas más personales. «Nuestra memoria (en todo caso, la mía) es tan transferible, personal, ínitima y fractal que ignora los decretos: el miedo del Alzheimer ocasiona la recrudescencia de enfermedades del corazón».
El Palacio Euskalduna de Bilbao acogerá el próximo lunes la gala de entrega de los Premios Max, que este año celebra su 10ª edición. En la ceremonia -dirigida por Sol Picó y Damián Muñoz-, se repartirá un total de 26 galardones entre los más destacados profesionales de las artes escénicas de nuestro país.
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