Joyce DiDonato
Obras de: Bizet, Rossini, Granados, Falla y Montsalvatge. / Intérpretes: Joyce DiDonato (mezzosoprano), Julius Drake (piano). / Escenario: Teatro de la Zarzuela. / Fecha: 9 de abril.
Calificación: ****
MADRID.- Como es sabido, la palabra lied en alemán, significa simplemente canción. Sin embargo, razones históricas, estéticas y formales nos han llevado a pensar en el lied como un estilo particular y geográfico dentro del amplísimo campo de la canción de concierto. Es natural que, en los ciclos de lied de la Zarzuela, establecidos por Caja Madrid, reine la canción germano austriaca en la que la línea melódica nunca es un mero ornamento del texto.
Palabra y música se unen en un lazo casi milagroso. Nos resistimos -y hacemos bien- en llamar lieder, con el plural alemán, a las canciones de concierto italianas, rusas, españolas, francesas o de las dos Américas. Por eso he reclamado alguna vez el cambio en el nombre de estos estupendos ciclos. Conviene abrir horizontes y salir del lied, aunque se trate de un país mágico.
La mezzo norteamericana Joyce DiDonato nos ha proporcionado, en ese sentido, una verdadera fiesta, con Bizet y Rossini en la primera parte y tres grandes españoles en la segunda. La voz es de gran calidad, capaz de la potencia y de la máxima delicadeza. La cantante utiliza sus facultades con inteligencia, altura técnica y gracia. Las canciones de Bizet son preciosas. En Francia hay mucho más que Faure o Debussy. La cantata Giovanna d'Arco no es el mejor Rossini, pero es Rossini.
Las agilidades necesarias podrían ser más claras y puntillistas. En el repertorio musical español se puede discutir el capítulo sinfónico y el operístico. Mucho menos el de cámara. Y no hay discusión sobre la canción de concierto, donde se encuentran verdaderos tesoros. Es uno de los paisajes artísticos en los que no cedemos a nadie. Por eso lo debíamos cuidar mucho más. Joyce DiDonato canta el misterioso Granados, el genial Falla o el fantástico Montsalvatge con buena pronunciación del castellano y acertado sentido artístico. Algunas precipitaciones en la Seguidilla o en el Polo de Falla no son seguramente culpa suya, sino de algunos malos ejemplos de nuestras autóctonas. Lo mejor, desde luego, es la convicción, el entusiasmo con que la cantante aborda nuestra música. Transmite, como dicen los taurinos, desde la emoción. Esa emoción cordial que nos conmueve.
Hay que trabajar la canción española de los siglos XIX y XX. Si los violinistas conservan a Sarasate, no sólo por sus valores virtuosísticos, sino por su encanto evidente, no sé por qué nuestros cantantes menosprecian, por ejemplo, a Fermín María Alvarez, del que Sarasate tomó alguna melodía. Julius Drake, pianista colaborador, no mero acompañante, toca con la tapa abierta y, de manera extraordinaria, arropa la voz y contribuye al excelente resultado.