Miércoles, 11 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6324.
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 DEPORTES
La soledad de Quique
ORFEO SUAREZ

En un encuentro casual con Quique Sánchez Flores en Valencia, poco después de abandonar Getafe y antes de tomar las riendas de su nuevo equipo, el joven técnico era un torrente de ilusiones, de ideas, todas muy coherentes, muy futbolísticas. Conocía la ciudad, el club y su pernicioso entorno, pero estaba convencido de poder aislarse. En el vestuario, sólo le perseguía una obsesión: ser justo. El club acababa de fichar a Kluivert sin que fuera una de sus peticiones, pero Quique respondía que partiría de cero, como los demás. Año y medio después, ni el holandés está ya en Valencia, ni Quique, seguramente, hablaría con semejante pasión de su proyecto, y no sólo por la eliminación en la Champions.

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Las intrigas, más que las críticas, han socavado su entusiasmo, como delataba su rictus en los últimos tiempos, en un club incapaz de definir la jerarquía, tarea que compete al presidente. Pero el novel Juan Bautista Soler sufrió un tic de nuevo rico y se dejó seducir por el estilismo italiano de Amedeo Carboni, algo que le impidió mantener la equidistancia necesaria entre un director deportivo y un técnico, cuyas prioridades y gustos no siempre coinciden. Es siempre un equilibrio difícil, de competencias y de egos, que debe acotar la cúpula del club. Soler, en cambio, admite un día que buscan entrenador y seguidamente comparte mantel con Quique para decirle que cuentan con él por mucho tiempo. Mal asunto.

Pero la derrota ante el Chelsea, con un Valencia colapsado durante la segunda parte, unida a la sufrida en San Mamés, donde el entrenador tomó la arriesgada y discutible decisión de reservar a buena parte de sus pesos pesados, pueden torcer la palabra dada. Si eso ocurre, Quique, que todavía tiene un año más de contrato, no va a tener problemas. Le avala su currículo: hizo campeón al Madrid juvenil, mantuvo en Primera a un Getafe recién ascendido sin sufrimiento y ha devuelto al Valencia a la senda correcta, después de la desorientación que siguió a la marcha de Rafa Benítez. La caída en cuartos, ante un coloso, no debe constituir la vara de medir. En su primera temporada, Quique recolocó al Valencia en la Champions, en la que ha competido dignamente.

El equipo de Mestalla, otrora un grupo proclive a la indolencia, ha estado largos años en la buena línea, la del trabajo colectivo, la intensidad, el alto ritmo de juego... cualidades que un entrenador debe optimizar para imponer más tarde su sello. Se lo debe a tipos como Claudio Ranieri, Héctor Cúper o el propio Benítez, que también conocieron las dificultades de un club cuyas aspiraciones a menudo sobrepasan la realidad, la soledad, en una palabra, en la que trabaja Quique.

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