Rita Betancourt, de 47 años, cree más en Terminator, en Batman, en el Capitán América y en el centenar de héroes de plástico que custodian la habitación ahora vacía de su hijo, que en la eficacia de los tres pilares de nuestra democracia: el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial.
Rita no quiere votar, a pesar de que le han dado la nacionalidad española. Ni manifestarse con los otros familiares de las víctimas del terrorismo. Ni oír hablar de comisiones de investigación, ni de indemnizaciones, ni de asociaciones cívicas.
Rita es la madre de José Luis Tenesaca Betancourt, el ecuatoriano más joven de los que murieron el 11-M, un chico de 17 años que perdió la vida en Téllez sin poder cumplir los dos únicos sueños de su vida: ser guionista de cine y conocer a Schwarzenegger, su actor favorito por la contundente razón de que «siempre lograba derrotar al mal».
Pero el mal no ha sido derrotado esta vez, parece pensar Rita, y van a tener que ser los superhéroes los que vengan a arreglar este desastre. Va a tener que venir Robin, por ejemplo, a tomar cartas en el asunto. Por algo firmó un pacto secreto con el chico, que se inflaba de nervios y de orgullo mientras posaban los dos, agarrados, en el Parque de la Warner.
Quizá Batman y Robin están investigando el 11-M. Quizá un día el Batmóvil entrará volando por la ventana de ese piso de Torrejón de Ardoz al que la familia se mudó a principios de marzo de 2004 (y que José Luis sólo pudo disfrutar precisamente 11 días) y le cuenten a Rita una historia que la deje definitivamente tranquila.
«Tres años después, todo el mundo dice que estamos mejor, pero a mí el juicio me está minando por dentro. Es una impotencia no poder hacer algo para que se aclaren las cosas... Me siento inútil, como si le fallara a José Luis», se queja Rita, entre dibujos de dinosaurios y de guerreros mangas, firmados por su hijo, que Rita ha enmarcado y colgado en la pared. «Y luego para que a los que están en el banquillo les condenen a penas irrisorias», añade.
Una vez a la semana, Rita va al juicio que se celebra en la sede de la Audiencia Nacional de la Casa de Campo. «Converso con abogados, con periodistas, con los padres de otras víctimas... Me informo de cosas que no se dicen en alto, se aprende mucho», explica.
Pero si hay algo que ha aprendido Rita de toda esta desgracia es que «en el juicio no está quedando clara la verdad». «El Gobierno nos ha fallado completamente», se lamenta Rita. «La poca esperanza que teníamos en los políticos se ha perdido. Es una vergüenza la división que hay».
Y eso que Rita, ávida zapeadora de periódicos y de cadenas de televisión, recopiladora incansable de recortes sobre los atentados, no comulga políticamente con nadie: «Ni al PP ni al PSOE les interesa que se sepa la verdad; sólo querían llegar al poder a costa de lo que fuera. El PP dice que quiere saber la verdad, para luego decir que por eso perdieron las elecciones y que fueron los terroristas de ETA y no los islamistas. Y el PSOE sólo busca probar que no han ganado por los 192 muertos, sino porque el Gobierno del PP iba mal encaminado en la política internacional».
Rita se encoge de hombros al recordar una cosa curiosa que pensó cuando, en 2000, llegó a España procedente de Quito, en busca de, atención a las comillas, «un futuro mejor» para su hijo: «Cuando yo vine aquí, pensé que la politiquería sería diferente, pero resulta que es igual que la de Ecuador, cada cual tira para su conveniencia y sólo importa el poder».
Y para qué hablar de los colectivos cívicos. Nada más morir José Luis, Rita se unió a la Asociación 11-M Afectados por el Terrorismo, la de Pilar Manjón. «Cuando la fundamos, la primera promesa fue que estaríamos fuera de la política, porque una mala política fue la que mató a nuestros familiares», explica Rita. Pero no ha sido así: «Conmigo se han portado muy bien, pero ya no me gusta, se han politizado. Y lo mismo ocurre con las demás».
Por eso Rita no ha asistido a ninguna de las manifestaciones que se han celebrado. «Son actos políticos, no a favor de las víctimas», insiste. «Y con todo lo que está pasando, los muertos acaban siendo los culpables».
Aún hay más inocentes que pagan. Porque a Rita le está sucediendo algo que no le gusta y que confiesa con un poco de vergüenza: «Ahora no tolero a los árabes. Cuando una mujer musulmana se sienta junto a mí en el Metro, me cambio de vagón. Me he llegado a bajar del autobús, no lo puedo evitar. Ya sé que está mal y que no tengo razón, pero no puedo pensar de otra forma. Quisiera, pero no me sale». Antes, Rita no era así. Que venga un superhéroe a parar esta mutación.