Miércoles, 11 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6324.
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No existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas (Friedrich von Schiller)
 MADRID
AQUI / NO HAY PLAYA
La misa de Entrevías
Antonio Lucas

Entrevías queda en la trasera de Madrid. Tiene el don torcido de los barrios en los que alguna vez se hizo de noche a plena luz del día. En los años 80, la muchachada se licenciaba en los descampados con un chute. El patronaje de aquella generación lo delineó la desesperanza, y muchos deambulaban con las venas cortadas al bies. La fe no era más que una de las formas de la supervivencia y las madres, casi huérfanas de hijo, le ponían perejil a San Pancracio para que el niño no llegara con la tiritona amarilla del monazo. Se respiraba entonces la otra Movida: la de la desestructuración social, la desigualdad, el infierno sin salida. Esa música agria de la ciudad en sus afueras malditas. Y allí, en el terruño baldío, levantaron la iglesia de San Carlos Borromeo. Antes o después, si uno respira bien Madrid, alguien te habla de esta parroquia y de su gente. De cómo decidieron no plegarse al incienso de la curia dominante y aplicar una eucaristía de acción que no necesita caireles. El mensaje que ondean no distorsiona con la verdad de la calle, no sabe de censuras, es abierto como debió ser el original. Están más cerca del yonqui, del inmigrante, de la buena juventud comprometida o rebelde (según quién) que de los intrigantes corredores vaticanos. En su austera sacristía aún se gasta conciencia de barrio (que es una reducción creíble del mundo) y un Cristo crucificado da sombra (y sentido) a esta iglesia perfumada de humo de tabaco y soplo asambleario.

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Pero a Enrique de Castro, Pepe Díaz y Javier Baeza, los curas de San Carlos Borromeo, les quieren echar el candado por fuera. El arzobispo de Madrid, Rouco Varela, ve un raro peligro de libertad (suponemos que es esolo que le molesta) en la particular liturgia de esta trinidad. Su sermón no es penicilina de domingo, sino un feliz estravagario de ideas. En el tallo de esta forma sincera de entender el credo, con raíces en la Teología de la Liberación, caben Madres contra la Droga, comunistas cristianas, ateos, feligreses de toda la vida... Un tejido social que también es Iglesia -¿o no es así-? y cuya convicción está en entender la religión como regazo activo, como un surtidor de solidaridad, un estímulo de conciencia que principia también por un cura en vaqueros dando la comunión con miguelitos de La Roda.

Hay mucho cáliz trucado en la Iglesia, como en cualquier reino del hombre. Los sacerdotes de San Carlo Borromeo sólo hacen lo que predican (y eso ya es mucho), dan voz al personal, en sus plegarias hay una realidad que está ahí como una llaga, en las aceras, no hace falta elevarse por las vaporosas cimas del cielo, que es plano y azul y nunca sucede nada, si no es un puente aéreo con retraso o un nubarrón regando la Semana Santa. Uno salió de la religión igual que entró, pronto. Pero en ella hay gente que cree de otra manera: abierta, libre, directa, sin hipocresías. Quizá el problema que éstos tienen es que desde dentro no creen en ellos. O peor, ven en su entrega una amenaza, un oficio de tinieblas. Y los intentan callar. Y a veces, felizmente, no lo consiguen. Laus Deo.

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