E. M.
MADRID. - Un informe realizado por encargo del Gobierno británico revela que el transporte, en el que se incluye al automóvil, los vehículos industriales, barcos y aviones, contribuye al cambio climático bastante menos de lo que se creía.
Según el estudio realizado por el economista Nicholas Stern el transporte genera casi un 42% menos de dióxido de carbono (CO2) de lo que se creía hasta ahora.
En concreto, su aportación es un 14% de las 42 millones de toneladas del citado gas que cada año se vierten a la atmósfera, cuando hasta ahora se consideraba que era el 24%. Por contra, las indagaciones de Stern también desvelan que el sector energético es el más contaminante, con un 24% del total de las emisiones. No obstante, esto no impide que el transporte ocupe el segundo escalón de este podio de los sectores más contaminantes, puesto que comparte con la industria y la agricultura, ambas con el 14%.
El estudio del economista demuestra que esta mejora de la situación del transporte en este ranking se debe a los esfuerzos que desde hace una década lleva a cabo el mundo del automóvil para desarrollar «nuevas tecnologías» que resulten menos contaminantes.
Coincidiendo con la publicación de este informe, el presidente de la Asociación Europea de Constructores de Automóviles (Acea), recordó que la propuesta de la Unión Europea para reducir las emisiones nocivas de los vehículos no tiene en cuenta los costes sociales y las consecuencias económicas que puede tener esta medida.
Ivan Hodac, el presidente de la patronal de fabricantes europeos de vehículos, aseguró que Acea «comparte el objetivo» de reducir las emisiones de CO2 a 120 gramos por kilómetro. Sin embargo, señaló que este fin se puede alcanzar por otras vías menos onerosas para la industria del motor y «con menores costes para la sociedad».
A este efecto señaló que el automóvil da empleo a 12 millones de personas en Europa, y que cada año invierte 20.000 millones de euros en innovación, investigación y desarrollo (i+D+I).
Los fabricantes de vehículos han señalado en reiteradas ocasiones que una mínima modificación de los combustibles, algo que resulta mucho más barato, lograría mejores efectos que la completa redefinición de los motores que podría exigir la propuesta de Bruselas.
|