R. A.
Se supone que un cartel electoral ha de ser conciso y contundente. Requiere un eslogan claro y una foto de tipo hagiográfico. También se aconseja una terapia de photo-shop y una sonrisa panorámica.
Es lo que han hecho 11 de los aspirantes al Elíseo. El 12º, monsieur Schivardi (Narbonne, 1950), tortura al viandante con un póster amarillo, una foto en color sepia y un texto en letra pequeña que recuerda la cadencia de una hoja parroquial y la impostura de un bando municipal.
Será porque Gérard Schivardi trabaja y vive a contracorriente. La prueba está en los extremos de un programa electoral trotskista que compagina a partes iguales la salida del euro, la fuga de Francia de la UE, la revolución rural, la imposición de un verdadero laicismo y el derecho proletario. Razones y argumentos suficientes para haber escapado de la familia socialista. Perteneció a ella entre 1975 y 2003, incluso fue elegido alcalde de la modesta pedanía de Mailhac con las siglas del PS, aunque abjuró de la militancia porque consideraba que la izquierda se estaba amanerando.
Lo dice un ex jugador de rugby. Un tipo duro, cuarteado y corpulento que lleva escritos en la cara los colores mismos de la bandera de Francia: los ojos azules, el pelo blanquecino y la tez colorada como el vino.
La identificación patriótica no tiene que ver con el ultranacionalismo de Le Pen ni con la furia xenófoba del octogenario colega. Es verdad que Schivardi y el líder del Frente Nacional comparten la aversión a Europa y el odio a la globalización, pero el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) concibe su proyecto en clave municipal. Pretende, en suma, devolver el poder, el orgullo y la capacidad financiera a los 36.000 ayuntamientos que conforman actualmente el enjambre del mapa francés.
El proyecto de descentralización se añade a otras medidas inquietantes de corte chavista. Empezando por la idea de nacionalizar los grandes colosos de la energía y de la economía. No explica Schivardi de dónde va a sacar el dinero para realizar semejante subversión.
Tampoco parece darse cuenta de que su visión trotskista, amén de un anacronismo, dispararía a la estratosfera el problema de la gigantesca deuda nacional. Para tranquilidad de los franceses, el rugbyman parte con una intención de voto del 1%.
|