ARCADI ESPADA
España acaba de vivir un fin de semana deportivo. Como todos los del siglo, desde luego, pero algo más singular. Desde primera hora de la mañana del domingo y hasta el anochecer del lunes el público vivió con una expectación que podía cortarse la llamada Operación retorno. Los espectaculares resultados obtenidos el sábado convencieron a la afición de que la pelota estaba en el alero. ¡Y vaya si lo estaba! A las 0.00 horas de ayer, el número de muertos en accidentes de tráfico había llegado a los 106. La cifra mágica de 100 muertos, que había alzado como listón insuperable el director general de Tráfico, Pere Navarro, se había pulverizado. ¡106! Hasta la oposición parecía contenta. Nunca el pueblo había memorizado con precisión comparable el número de muertos. Como los 9,9 de los 100 metros lisos.
Éste es el tipo de razonamiento que gobierna España. «Algo irá mal si sobrepasamos los 100 muertos», dijo antes de subir al coche don Pere Navarro. Habrían sido dignas de oírse sus declaraciones si la cifra hubiese lamido el poste. ¿Qué habría dicho con 99 muertos don Pere Navarro?: «Todo va bien, aunque debemos seguir mejorando». Cualquier inteligencia moderada sabe que la comparación entre sucesos que se repiten en el tiempo debe atender tanto al suceso como al tiempo para ser intelectualmente significativa. Cualquiera comprende que es absurdo comparar los accidentes del martes y del miércoles para sacar conclusiones sobre la mejora de la atención del conductor o la eficacia del carné por puntos. Pero aún no se comprende que comparar los accidentes de la Semana Santa del 2006 con los de la Semana Santa del 2007 es irrelevante para decidir sobre las mismas conclusiones. La magnitud del tiempo no es lo suficientemente poderosa para resistir los embates del azar. Ya no digamos qué tipo de aventura intelectual y política supone fijar una cifra redonda y verosímil para que su gozne se abra al éxito o al fracaso, contando además que la voluntad de don Pere Navarro poco habrá de contar en el resultado.
El periodismo consigue efectos (variados) cuando fija obsesivamente su atención en algo de lo que pasa. Así el carné por puntos y la drástica reducción inicial de accidentes. Pero la naturaleza periodística descarta que esa atención pueda mantenerse. El arraigo sólo lo dictará el tiempo, seriamente considerado. El tiempo que se aloja en el maltratado campo semántico de transcurso. Mientras esa sentencia no se dicte, periodistas y políticos están condenados a vivir de lo que la psicóloga Elisabeth Loftus llamaba anecdatas, datos circunstanciales, anécdatos en castellano creativo. Ya es grave suponer que la democracia vive de anécdatos (a cuatro años). Pero mucho peor es suponer que también vive el conocimiento.
(Coda: «Para empezar, desde luego, se debe evitar convertir el anécdato en el centro de la noticia o en parte de su titular.» Josu Mezo, http://personales.ya.com/josumezo/malaprensa/index.html)
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