Irán acaba de anunciar que tiene capacidad para producir combustible nuclear a escala industrial y «todo planificado» para instalar 50.000 centrifugadoras en la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz, las suficientes para fabricar cabezas nucleares para sus misiles.
A nadie le debe sorprender esta proclama cuando, paso a paso y pese a la indignación de la comunidad internacional, la República Islámica ha conducido su programa nuclear insistiendo en que es un «derecho inalienable» al que no renunciará. Que el grado de desarrollo de su plan haya suscitado el escepticismo de países como Rusia, uno de los principales valedores de Irán, es en el fondo irrelevante, porque lo importante es el proceso in crescendo del programa. Además, tampoco hay razones para pensar que sea una exageración cuando en el pasado las bravatas de Irán al respecto resultaron ser veraces.
Por si no se hubiese demostrado ya que la invasión de Irak fue desastrosa en sus propios términos, todo indica que Irán es uno de sus principales beneficiarios. Aunque Bush no haya dejado de repetir que «todas las opciones» respecto al desafío nuclear están sobre la mesa, es muy difícil creer que un país exhausto en su contención de la insurgencia iraquí vaya a emprender una seria ofensiva contra Irán, aunque paradójicamente en este país la amenaza de las armas de destrucción masiva resulte ahora bien real. No es que exista la certeza de que un ataque militar podría detener de inmediato el programa nuclear. Pero si la opción bélica ni siquiera es una amenaza creíble, hay menos posibilidades de que Irán acuda a la mesa de negociación con una actitud transigente.
Bien al contrario, su envalentonamiento es evidente, y ha sido puesto de manifiesto ante los ojos de todo el mundo con el reciente episodio del secuestro y posterior liberación de los 15 marines británicos, a los que la República Islámica ha exprimido al máximo con propósitos propagandísticos.
Irán ha dicho por activa y por pasiva que su programa nuclear es innegociable. Pero la comunidad internacional tiene que dar con una fórmula que lo convierta en demasiado costoso incluso para un régimen dispuesto al martirio de su población. Hay que demostrar que la vulneración directa de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU tiene serias consecuencias y hacerlo pronto, pues es precisamente cuestión de tiempo que Irán se haga irreversiblemente con la bomba. La indecisión nos pone cada día más cerca de un conflicto nuclear que creíamos superado.
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