Hace 20 años y un día, el 11 de abril de 1987, un hombre enjuto caía por el hueco de la escalera de su casa en Turín. El forense de la policía, además de señalar las lesiones que provocaron la muerte, apuntó dos detalles significativos: uno, que seguramente se trataba de un suicidio; y dos, que el cadáver llevaba «tatuados en el antebrazo superior izquierdo seis números, apenas legibles». Se trataba del escritor Primo Levi. Los seis números eran su matrícula de Auschwitz.
Levi había escrito, a los 26 años, un libro excepcional, Si esto es un hombre, donde narraba su experiencia en Auschwitz y, con una lucidez desconcertante, analizaba, sin atisbo de rencor, los criminales procedimientos y el pensamiento que agitaba aquel universo concentracionario. En sus primeros intentos de publicar la obra, fue rechazado por escritores de la talla de Ginzburg o Pavese. Hoy, su lectura es obligada en el bachillerato italiano.
Durante años, se ha especulado sobre los motivos que condujeron a Levi a darse muerte. Él, precisamente, que en sus textos había reprobado la conducta de otros escritores y presos que le precedieron en el suicidio. Jorge Semprún encontró, hace ya tiempo, una explicación, tal vez sencilla, pero no desdeñable.
Levi comenzó demasiado joven a escribir sobre Auschwitz. Aquella obsesión se convirtió en una trampa mortal. La literatura le condujo, inexorablemente, a la muerte. Es posible. Pero, en aquellos últimos años de su vida, otro hecho provocó en el autor una fuerte depresión. Entre diciembre de 1978 y enero de 1979, Robert Faurisson, profesor en la Universidad de Lyon, publicó un texto en L'Express donde negaba la existencia de las cámaras de gas en Auschwitz. Para mayor escarnio, el prestigioso Le Monde entrevistó a Faurisson. Levi no pudo aceptar que se diera crédito a semejante falsario. Desde entonces, el profesor francés no ha dejado de insistir en sus tesis. Sin ir más lejos, hace unos meses, viajó a Irán, invitados por Ahmadineyad. Los argumentos de Faurisson, que exculpan descaradamente al régimen nazi, ya no están cobijados por una revista sino por un Estado.
Paradójicamente, Levi jamás fue sionista y parte de sus problemas en Auschwitz se debieron, precisamente, a su condición de judío asimilado y desconocedor del yídish. En los 70, durante una entrevista, Levi se definió a sí mismo «primero como hombre, y después como judío». Su obra literaria caminó en esa dirección.
Ahora, en el 20 aniversario de su muerte, se publica una nueva biografía, escrita por Ian Thompson (Belacqua), donde, con más detalle que nunca, se narra la vida de un hombre superado por la Historia. De un siglo a otro, la soledad de sus libros representa el testimonio de la lucha contra la negación y el olvido de la condición humana en sus momentos más oscuros.
Felipe Vega, cineasta, es autor de la reciente película
Mujeres en el parque