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Ver lo que tenemos delante de nuestras narices requiere una lucha constante (George Orwell) |
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El 68 checo, visto con seis años |
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Jáchym Topol, hijo de una de las víctimas de la Primavera de Praga, novela sus recuerdos en 'Misiones nocturnas' |
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LUIS ALEMANY
MADRID. - Praga, 1968; el Ejército Soviético llega a la capital checoslovaca, arrasa con el penúltimo amago de desarrollar una república socialista no totalitaria y se lleva por delante a miles de ciudadanos. Políticos implicados en aquella Primavera de Praga, sí, pero también obreros y, por supuesto, intelectuales. Por ejemplo, Josef Topol, escritor teatral de renombre y traductor de Shakespeare al idioma de Jan Neruda, represaliado por los estalinistas y condenado a trabajar como peón auxiliar de una planta industrial, mientras los tanques desfilan por Praga, quizá por última vez en la Historia.
Ahora pongamos que Jáchym, el hijo de Topol (nacido seis años antes de aquella primavera) es, al cabo de cuatro décadas, un escritor de prestigio en su país. ¿Dejaría pasar una historia como ésa para contarla? «Estaría loco si dejara escapar la oportunidad de describir esta aventura. Además, he averiguado que llevo toda la vida ahogando en mí el caos, el jaleo y la angustia de aquel año», cuenta Jáchym Topol, recién descubierto para los lectores españoles gracias a Misiones nocturnas (Lengua de Trapo).
Sus Misiones, sin embargo, son mucho más que una intriga política. La irrupción de los tanques en su ciudad es, en realidad, la excusa para que Topol (que también fue represaliado) emprenda un relato de iniciación, aparentemente clásico y, en la práctica, complejo, lleno de presencias salvajes, dramas personales y hallazgos literarios.
Sobre el papel, un padre, intelectual y represaliado, envía a sus dos hijos, Zuza y Chiqui, al pueblo de su famila. Dos niños de Praga, refinados e inocentes, habrán de defenderse el uno al otro ante la hostilidad de los críos del lugar, la abrumadora potencia de la naturaleza y los descubrimientos propios de la edad. Por en medio, aparece el amor, el primer sexo y el primer drama.
Los temas se acumulan: «Sí, estos son asuntos que se repiten en mis libros, pero, a menudo, lo importante es la relación amorosa... Lo cual en este libro, que va sobre niños, es complicado. Pero, al mismo tiempo pienso que la relación de Ondra con la niña de pueblo, Zuza, debería ser precisamente esa salvación, esas alas salvadoras para la historia», cuenta Topol.
Salvación, sí: de los chicos del pueblo («Es mi experiencia; los niños del pueblo de mi padre me daban más miedo que el Ejército Soviético»), de la soledad, y, por supuesto, de la llegada del ogro político.
«En la República Checa también hay muchísima gente que quiere que dar la Historia por cerrada», cuenta Topol si se le pregunta por la dichosa memoria histórica. «Llaman a esto hacer 'una línea gruesa'. Eso hace difícil vivir en un país en el que de vez en cuando se descubre que un político, un artista, un hombre de negocios... trabajó para la Policía Secreta. A mí me delató una de mis maestras, que había sido estupenda conmigo». Pero esa ya es la historia de otra novela.
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